¿Por qué no?
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Fuente: https://medium.com/ Por H. Nahúm Mirad y José M. Fernández *

“Este gran salto hacia adelante que nos proponemos que realice el cooperativismo, os confirmará que todo lo que ya habéis hecho no sólo es positivo y vital, sino que sigue siendo profético. Por ello tenéis que seguir inventando — esta es la palabra: inventar — nuevas formas de cooperación, porque también para las cooperativas es válida la consideración: cuando el árbol da nuevas ramas, las raíces están vivas y el tronco es fuerte.”
Papa Francisco
En un país atravesado por crisis cíclicas, donde cada generación hereda tanto las esperanzas como las heridas de la anterior, el cooperativismo y el mutualismo han sido mucho más que estructuras económicas: han sido formas de resistencia, de comunidad y de sostén cuando el Estado y el mercado no alcanzan. Y, sin embargo — pese a su historia centenaria, pese a los millones de personas que las ponen en movimiento, pese a su capacidad comprobada para transformar territorios — , aún no nos hemos animado a decir, con la fuerza y la claridad necesarias, que tenemos un modelo de país integral e integrador para proponer.
¿Por qué no?
¿Por qué no imaginar una nación cuyo fundamento ético sean la solidaridad, los saberes, la ayuda mutua y la gestión democrática? ¿Por qué no pensar el cooperativismo y el mutualismo no sólo como respuestas a la crisis, sino como propuestas de país? ¿Por qué no reconocer que, donde la economía de los grandes ve cifras y la de los chicos ve negocios o supervivencia, nosotros vemos personas y posibilidades? ¿Por qué no dejar de pensarnos como “parte” en la disputa y asumirnos como comunidad organizada, capaz de hacer — y de hacer juntos — un país distinto?
Argentina cuenta con una potencia tan real como silenciosa: más de 28 millones de personas articuladas en todo el territorio. Una red viva, multiforme, que respira trabajo cotidiano y sentido común organizado. Más de cinco millones de familias acceden a servicios esenciales a través de nuestras organizaciones: luz, agua, salud, educación, conectividad. Producimos y proveemos alimentos, generamos cultura, construimos viviendas y gestionamos seguros y finanzas inclusivas. Organizamos la recreación, el deporte, el cuidado…
Allí donde el Estado se retira o no llega, y donde el mercado no quiere ni puede, nuestras organizaciones crean lo posible. No como benefactores caritativos, sino como posibilitadoras del presente y arquitectas del futuro.
Lo hicimos en la pampa productiva, en las sierras, en la Mesopotamia, en el monte y en los rincones más remotos del país. ¿Qué otro actor posee semejante densidad social, territorial y cultural?
Por lo que somos y representamos, tenemos una responsabilidad. La responsabilidad — esa palabra tan cargada de sentido — no es una elección voluntaria. No se elige ser responsable de esto o de aquello. La responsabilidad nace de la posibilidad. Y cuando una comunidad tiene la posibilidad de transformarse y transformar, entonces tiene también el deber de hacerlo. Porque lo que puede, debe. Y lo que debe, actúa.
El conocimiento como clave de época
El mundo cambió. Como siempre, pero ahora a una velocidad que desborda. Cada día lo hace, al ritmo vertiginoso de la tecnología y los mercados globales. De arriba para abajo. Decidimos cada vez menos sobre lo que determina nuestras vidas, y urge redefinir nuestra participación en todo esto. Las viejas recetas ya no alcanzan; las nuevas todavía no se atreven a nacer. Abajo y en la periferia estamos y somos. Y es hora de construir opciones río arriba.
En este escenario incierto — donde el conocimiento es el valor estratégico por excelencia, por encima de la tierra, del capital e incluso del trabajo rutinario — , debemos preguntarnos: ¿qué saberes queremos producir?, ¿qué innovaciones necesitamos impulsar? ¿qué comunidades queremos cultivar?, ¿para qué humanidad trabajamos? No basta con adaptarse: hay que imaginar. No alcanza con resistir: hay que proponer.
En este contexto, donde hacen falta respuestas que nacen, antes que nada, de las preguntas adecuadas, se gesta la Universidad Cooperativa y Mutual Argentina (UCMA). No es un hecho menor. No es una institución más. Es una apuesta concreta a un conocimiento comprometido con la transformación. No se trata de replicar modelos educativos tradicionales bajo un nuevo nombre, sino de crear un espacio donde el saber esté al servicio del desarrollo humano integral, del triple impacto (económico, social y ambiental), y de una innovación que transforme vidas, no estadísticas.
Un conjunto de empresas de la economía social y solidaria, federaciones y confederaciones coincidimos en este proyecto universitario que — al tiempo que responde a necesidades urgentes — abre el horizonte para nuevas formas de convergencia e integración. Porque detrás de cada cooperativa y cada mutual hay una fuerza inmensa: organizada, arraigada, transformadora. Esta construcción avanza paso a paso. Requiere más que voluntad: necesita acción paciente, y una confianza inquebrantable en el esfuerzo propio y la ayuda mutua como forma de hacer.
La UCMA es un espacio de formación y pensamiento desde y para el sector cooperativo y mutual. Pero también — y esto es clave — un actor estratégico en la construcción de una Argentina más justa, más inteligente, más armónica y más sensible. Sus carreras, programas y enfoques pedagógicos están diseñados para formar profesionales que no sólo sepan hacer, sino que también comprendan para quién y para qué hacen. Que conciban el conocimiento — quizás el “producto” más colaborativo de la humanidad — no como instrumento de ascenso individual, sino como palanca de transformación comunitaria.
Vocación de mayoría
Es tiempo de propuestas fundantes. De discutir la matriz económica y productiva, sí, pero también la matriz ética. De hablar no sólo de crecimiento, sino de sentido. Desde dónde y hacia dónde. De tomar nuestras mejores experiencias, aquellas donde el todo es muchísimo más que cada una de las partes sumadas, y ponerlas al servicio de un proyecto superador y a la vez integrador.
Cooperativas y mutuales no somos parches: somos una forma demostrada de presente y posible de futuro. Tenemos historia, estructura, arraigo y valores. Tal vez nos falte una sola cosa: animarnos a levantar la voz con vocación de mayoría.
En una Argentina fatigada de promesas rotas y debates inconducentes, el movimiento cooperativo y mutual puede ser esa promesa cumplida que aún espera contarse como gesta. Puede ser — si se lo propone — uno de los corazones que reanime un proyecto de país donde vivir no sea apenas sobrevivir, sino construir en común.
¿Por qué no?
(*) Fundación Pedagógica Cooperativista y Mutualista Suramerica — Impulsora de la Universidad Cooperativa y Mutual Argentina
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