EL CONSENSO DE WASHINGTON durante el menemismo

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Fuente: extraído de «Argentina, China y el mundo (1945-2022)» de Francisco A. Taiana

Uno de los cambios más significativos fue la mayor alineación argentina con EEUU. Para entender este giro, se debe hacer una breve mención del escenario internacional a principios de la década de 1990.

La desintegración de la Unión Soviética y el surgimiento de EEUU como única superpotencia produjeron rápidamente la aparición de una nueva teoría: el Consenso de Whashington.

Este término, acuñado por el economista John Williamson, define un marco conceptual que tiene como ejes centrales la reforma del Estado, la privatización de las empresas públicas, el fomento de las inversiones extranjeras, la liberalización del comercio  y el sistema financiero, la desaparición del Estado de bienestar y el establecimiento de la productividad, la competitividad, la rentabilidad y la flexibilización laboral como sus principales objetivos. A su vez, estas reformas se basaban parcialmente en las transformaciones tecnológicas que posibilitaron la globalización del sistema financiero en un contexto de alta liquidez internacional y expansión de los mercados especulativos. Debido a ello, dentro de este modelo, las instituciones financieras internacionales pasarían a ocupar un rol central (Rapoport).

Frente a este escenario, el gobierno de Menem adoptó una estrategia diplomática que sería conocida con el nombre de “realismo periférico” y que se puede resumir en tres puntos centrales.
En primer lugar, el realismo periférico parte del supuesto de que los países estratégicamente irrelevantes y en desarrollo deben ajustarse a los objetivos políticos, económicos y militares de las grandes potencias a fin de evitar confrontaciones con estas. En segundo lugar, esta visión asume el axioma neoliberal de que una firme conexión con la potencia principal es una condición sine que non para garantizar la consolidación de la democracia y el desarrollo económico en un país periférico. Finalmente, el realismo periférico sostiene que los países como la Argentina deberían reducir los costos que conllevan la no-alineación y la confrontación en función de maximizar los beneficios de la vinculación con la potencia hegemónica (Rapoport).

Esta nueva alineación de la política exterior de Buenos Aires se hizo palpable en foros multilaterales como la ONU, donde la Argentina comenzó a participar en la misión de paz  en Haití y pasó a apoyar propuestas para investigar presuntas violaciones de los derechos humanos en Cuba (Figari). Asimismo, la coyuntura internacional brindó nuevas oportunidades para que el gobierno a Menem Llevase a cabo desviaciones aún más radicales del histórico comportamiento argentino como fue la participación en el bloqueo naval contra Irak dentro del marco de la primera Guerra del Golfo en 1991 (Figari).

A esta participación, prácticamente sin precedentes en la historia argentina, se le agregaba la aspiración pública y explícita del gobierno menemista de volverse miembro pleno de la OTAN. Si bien jamás cumpliría este objetivo, Buenos Aires sí logró que el presidente Clinton nombrase a la Argentina como un “Major Non-NATO ally”, categoría en la cual han sido incluidos Jordania y Nueva Zelanda. En busca de este objetivo también se podrían explicar otras profundas rupturas con la tradición diplomática argentina tales como la firma del Tratado de Tlatelolco de desnuclearización de Latinoamérica y del Tratado de No-Proliferación Nuclear (Rouquié).

El compromiso de Menem con la teoría del realismo periférico llegó al punto de sacrificar abiertamente intereses bilaterales del país, a fin de seguir cumpliendo con las directivas enviadas de Washington.
Uno de los casos más significativos de esto fue, en febrero de 1992, la suspensión de los embarques nucleares a Irán, sacrificando de esta manera 18 millones de dólares resultantes de investigación e innovación tecnológica nacionales (Rapoport).

Sin embargo, el alineamiento con EEUU llegó a extenderse también al plano de la política interna del país cuando Menem, por presión de Washington, decidió desmantelar el programa argentino de misiles de mediano alcance Cóndor II. Este último hecho, sin embargo, debe enmarcarse dentro de una política más amplia del menemismo por la cual, a través de una serie de recompensas (el indulto a los jefes militares de la última dictadura y a los 39 oficiales responsables del levantamiento carapintada de Semana Santa de 1987) y castigos (la represión al levantamiento militar del 5 de diciembre de 1990, recortes presupuestarios, congelamiento de salarios, privatización del complejo de Fabricaciones Militares y el fin del Servicio Militar Obligatorio), desmantela gran parte del poder político de las fuerzas armadas (Rouquié).

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