VICTORIA WALSH Y EMILIANO COSTA
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Fuente: (De: Amores bajo fuego. Romances apasionados en tiempos violentos, Espejo de la Argentina Planeta, 2019) Por Por Gisela Marziotta
(Fragmento de Amores bajo fuego. Romances apasionados en tiempos violentos)
Te amo
Los dos eran jóvenes periodistas y militantes del gremio de prensa. Peronistas apasionados y comprometidos en la lucha por convertir a la sociedad en un lugar más justo. Ese era el motor que los llevaba a dedicar sus vidas a la política.
Victoria Walsh y Emiliano Costa se conocieron durante una asamblea del gremio de prensa. Pertenecían a espacios diferentes. Victoria militaba en la agrupación 26 de Julio, llamada así porque recordaba el día de la muerte de Eva Perón. Estaba vinculada al Peronismo de Base y a Montoneros. Emiliano militaba en la 26 de Enero, relacionada con la Juventud Peronista (JP) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) (149).
Fue amor a primera vista. Transcurría el invierno de 1972 y durante una asamblea intensa en la que hubo fuertes cruces entre los militantes, Vicky se subió a una silla y empezó a reclamar a viva voz que la dejaran hablar. En ese momento, Emiliano supo que esa chica de pelo largo, lacio, negro, con campera de cuero marrón y botas de caña alta sería un gran amor en su vida.
«Me acuerdo que Vicky ya era delegada. Se levantó para hablar y empezó a putear porque no la dejaban expresarse. En ese momento no estábamos en la misma agrupación. En la asamblea hubo un intento de apriete pesado, porque los que no estaban del lado de Vicky estaban calzados y la querían hacer callar. De repente se armó un quilombo bárbaro y se levantó la asamblea. Todo terminó medio mal: no hubo tiros pero sí algunas trompadas. Recuerdo la desesperación de Enrique Tortosa, el secretario general de APBA. Tortosa no era del PC, pero era un aliado, un compañero de ruta del partido. Era un tipo negociador. Nosotros éramos exactamente lo contrario» (150).
Cuando la asamblea se levantó, Emiliano se acercó a Vicky para presentarse. Hablaron durante un rato de lo sucedido y se fueron juntos caminando por Corrientes. Pararon en La Giralda a tomar algo y se quedaron conversando durante horas. Ese mismo día, sin más, durmieron juntos en el departamento que Victoria tenía en un cuarto piso de un edifico en la intersección de Córdoba y Montevideo. Vicky ya vivía sola desde hacía un par de años.
De ahí en más, serían inseparables a su manera. Porque a partir de ese día empezó la serie interminable de romance, discusiones, amor desenfrenado, infidelidades, reconciliaciones intensas, reclamos, enojos, susurros, gritos, risas y llantos. Todo pasaba entre ellos. Y siempre permanecían juntos. Era una relación apasionada. Intensa, tanto como lo eran sus protagonistas. Y así fue como el vértigo se apoderó de sus vidas, no sólo en el aspecto político sino también en el afectivo: se amaban, se separaban, se reencontraban, se embarazaban, se casaban. Vicky y Emiliano rompían todas las reglas de lo que, para el común de la gente, se podía denominar normalidad.
El noviazgo, para ponerle un nombre tradicional, pasó por diferentes etapas. Comenzó clandestino porque militaban en espacios diferentes y no estaba bien visto que sus miembros tuvieran relaciones por fuera de la agrupación a la que reportaban. Vicky militaba en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) (151) y Emiliano integraba las FAR. Él estaba por pasar a la clandestinidad porque había sido designado para una operación de gran importancia para el futuro de la organización. Por eso necesitaba preparar el terreno para borrar todo rastro de su vida personal, porque cualquier filtración podía poner en riesgo su vida y la de la gente que amaba. No debía quedar disponible, por ejemplo, ni una foto suya, porque debía evitar que, en caso de que se identificara su paradero, algún diario la consiguiera y la publicara. Nadie debía conocer su rostro ya que el anonimato era indispensable para el éxito de la operación. En ese contexto comenzó la relación con Victoria.
Durante los primeros meses Vicky ignoraba esta situación, pero Emiliano sufría en silencio porque tenía la certeza de que cada encuentro podía ser el último. Bastaba una orden de la organización para desaparecer, para actuar. Emiliano jamás le contó a Vicky lo que ocurría y, pese a haberse enamorado, atravesaba en soledad el hecho de saber que la relación con la mujer que amaba no tenía futuro.
«Era invierno, compartíamos el amor, un amor muy fuerte. Discutíamos de política, y charlábamos de todos los temas. Yo estaba comprometido con una operación que iba a ser muy fuerte. Era una operación en la que yo iba a quedar muy expuesto, por lo que era seguro que debía pasar a la clandestinidad más absoluta. Estaba en una etapa de destruir todas las huellas, mis fotos, mis recuerdos. De aquella época sólo quedaron algunas fotos que atesoró mi vieja. Era más que obvio que no podía compartir con Vicky todo este asunto, aunque sí llegué a decirle que estaba en algo que iba a resultar muy complicado. Por eso nuestra relación era perentoria, todo lo que nos pasaba era “ahora o nunca”» (152).
En los comienzos mismos de esa relación clandestina, Victoria quedó embarazada. Ambos decidieron que no era el momento para tener un hijo, que el proyecto de vida que encaraban los llevaba para otro sitio. Ninguno de los dos vivió el aborto como algo traumático porque eran conscientes de que estaban tomando la mejor decisión para el presente que atravesaban.
«Todo pasó muy rápido, condensado. Hubo un primer embarazo que decidimos no continuar. La relación era muy reciente y no estábamos seguros de nada. Y además atravesaba todo ese asunto del pase a la clandestinidad total. Por eso decidimos no continuar con ese embarazo».
Durante esta primera etapa, en que la relación era solo de ellos, vivían encerrados en el departamento de Vicky. Se pasaban las horas haciendo el amor casi con desesperación, pero también leyendo documentos de una organización y de otra, discutiendo sobre los textos. A los pocos días de estar juntos, Emiliano dejó el departamento que alquilaba en Paraná y Paraguay y se mudó al de ella.
La segunda etapa de la relación fue cuando blanquearon el vínculo en sus respectivas organizaciones. La operación que tenía que llevar adelante Emiliano se suspendió luego de la frustrada fuga en Rawson y por los fusilamientos que la sucedieron, y no fue necesario el pase a la clandestinidad. Además, Vicky había abandonado las FAP y se había acercado para militar en las FAR, lo que simplificó las cosas para ellos, tanto en lo social como en lo político.
El segundo paso fue contarles a las familias y a los amigos que estaban juntos. Esos amigos eran casi todos compañeros de militancia. En noviembre de 1972 ya se mostraban públicamente y fueron juntos a Ezeiza (153) a recibir a Perón, y a la puerta de Gaspar Campos (154).
A pesar de que ya compartían el mismo espacio, las discusiones políticas no cesaron. Vicky no estaba de acuerdo con la posible alianza entre las FAR y Montoneros, y para Emiliano, ella no comprendía el momento y era «muy rígida con Perón»:
«Eran tiempos de integración y los frentes gremiales empezaban a simplificar siglas. En prensa, las agrupaciones 26 de Enero y la 26 de Julio se unieron en el Bloque de Trabajadores de Prensa. Las conducciones de las FAR y de Montoneros eran las que decidían quiénes serían los responsables de las alianzas…» (155).
La unidad del gremio de prensa, además, auspició la vida social de la pareja:
«Cuando las agrupaciones que nosotros integrábamos se unieron en el Bloque de Prensa Peronista, todo fue más fácil. Una serie de parejas preexistentes blanquearon lo que todos suponíamos. Una de ellas era la de Jorge Bernetti (156) con Silvia Rudni (157). Silvia, además, era la mejor amiga de Vicky. Jorge Bernetti, Miguel Miralles y yo éramos del grupo que conducía la 26 de Enero» (158).
La distensión política trajo aparejada cierta tranquilidad a la pareja. Seguían militando y rosqueando en sus espacios, pero además compartían con amigos cenas en Pipo, caminaban de la mano por la calle Corrientes e iban bastante al cine.
«Me acuerdo de haber ido a ver el estreno de La Patagonia rebelde y a cenar con Rogelio García Lupo. Andábamos mucho por Corrientes. Nuestro lugar de referencia era La Paz, pero cada uno tenía su bar preferido y sus cosas» (159).
Los días parecían más fáciles ahora que la relación estaba blanqueada. Incluso algunas noches salían a comer con Rodolfo Walsh (160), el padre de Vicky, y con Lilia Ferreyra (161), su compañera. Llegaron a alquilar una casa en el Tigre, a la que llamaron Liberación. Ahí se encontraban los fines de semana. Pirí Lugones (162) y su compañero alquilaban la casa de al lado.
Con la familia de Emiliano el vínculo era más complejo. Si bien aceptaban a Vicky porque era la mujer que él elegía para vivir, no faltaban los cruces ideológicos.
«Era todo un tema la relación de Vicky con mi papá. Mi viejo era un tipo querible, pero muy temperamental. La aceptaron porque Vicky era mi pareja, pero teníamos muchas discusiones y Vicky también era parte. Yo ya había pasado la etapa en que me peleaba con mi viejo, pero Vicky todavía seguía siendo discutidora» (163).
Para ese entonces, Emiliano ya había dejado de trabajar en el diario y se dedicaba exclusivamente a la militancia.
«Vivían sencillo: la organización le pagaba el alquiler del departamento y le daba una asignación de 100 pesos al mes; era bastante menos de lo que ganaba cuando trabajaba en El Cronista, pero le alcanzaba para sus gastos. Al menos Vicky ganaba un sueldo completo como periodista de La Opinión» (164).
«Ya era medio clandestino porque había dejado de laburar. Yo era uno de los rentados. Porque en la organización había militantes rentados. Tenía una asignación mensual que era bastante miserable pero que, por lo menos, me permitía no laburar y dedicarme a la militancia. Además, ya había caído un par de veces en cana. En ese tiempo habíamos tenido que dejar el departamento de Uruguay y nos mudamos a otro, en Bartolomé Mitre, siempre por la zona de Congreso. Yo estaba casi siempre en el local de la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) (165) y cada tanto había una razia y caíamos todos presos. Era un quilombo, pero siempre nos terminaban largando» (166).
A medida que pasaba el tiempo, se multiplicaban los reclamos de un lado y del otro. Emiliano quería que Vicky le prestara más atención y ella le reclamaba lo mismo. Muy pocas veces se ponían de acuerdo:
«—¿Te gustaría ir al cine el viernes? Una compañera me decía que va a ir a ver La cabalgata del circo…
—¿Cuál?
—Es una en la que trabajó Evita, en el 45, dirigida por Mario Soffici. La dan en un ciclo. Yo sé que es interesante, que es historia, pero tendría que hacer un esfuerzo para verla, debe ser lenta, sobreactuada, es un cine que no me atrae…
—Sí, vayamos a ver alguna de cowboys. Yo me quedé con ganas de ver Butch Cassidy… pero el viernes no puedo, tengo que viajar. Vayamos el domingo, creo que voy a estar de vuelta…
—“Creo”… Ufa, Emiliano. Esto va más allá de la película…
Emiliano no podía decirle que tenía una cita con la conducción montonera.
—Bueno, pero vos sabés que estoy desbordado de tareas. ¿Sabés cómo me siento? Como esos malabaristas que ponen a girar un plato sobre un palito, y otro plato, y otro más, entonces van y le dan impulso a cada uno para que todos estén en movimiento…
— Yo no te reprocho las responsabilidades, para nada, pero hay que ser más considerado.
Te estás volviendo como muchos otros compañeros: de las cosas de todos los días, que se ocupen las compañeras. Yo veo cada vez más machismo, a medida que se crece veo más machismo» (167).
La intensidad de los reclamos cruzados se convirtió en una constante y el vínculo comenzó a desgastarse. Seguían sintiendo una fuerte atracción física pero las cosas no funcionaban como cada uno pretendía o imaginaba para una pareja. Fue durante un viaje de Vicky a Cuba, junto con una delegación montonera en la que también participó Dardo Cabo (168), cuando Emiliano se enganchó con otra compañera que conoció durante una instrucción llevada a cabo en un campito cercano a Luján.
El objetivo del entrenamiento era que los compañeros se sintieran preparados en caso de que fuera necesario defender el local de la JTP que Emiliano tenía a su cargo. El local estaba sobre la calle San Juan y Emiliano prácticamente vivía ahí. «La cuestión es que yo me enganché con una mina cuando ella se fue de viaje a Cuba por periodismo. Cuando pasó, lo planteé en la organización y se armó toda una movida» (169). Y entonces se separaron.
La nueva historia amorosa de Emiliano no duró demasiado. Tuvo otras relaciones, pero ninguna estable. Y cada tanto Vicky reaparecía en su vida.
«Emiliano Costa estaba en un puesto muy público, se cruzaba con muchas militantes y le costaba demasiado dejarlas pasar» (170). Ya hacía unos meses que no estaban en pareja pero Emiliano extrañaba a Vicky. Y a ella le pasaba lo mismo: lo extrañaba a él. Cada tanto volvían a encontrarse y, sin ningún compromiso más que el de disfrutar el momento, se dejaban llevar por la pasión que los unía. Después de esos momentos, Vicky comenzaba con los planteos y Emiliano, a desgranar los motivos por los cuales no estaban juntos. Una noche, en el departamento de la calle Chacabuco donde ella había vuelto a vivir con su hermana Patricia, Rodolfo y Lilia Ferreyra, le dijo: «Vicky, dame un tiempo más, no quiero que nuestra separación sea definitiva…» (171). Pero pasaron los días, las semanas y los meses y Emiliano jamás daba el paso que Victoria esperaba. Y a ella se le empezó a terminar la paciencia. Lo amaba y quería estar con él, pero sabía que todo tenía un límite. Vicky también se conocía perfectamente: tenía claro que el día que ella dijera basta, la relación iba a acabar definitivamente. Y no quería llegar a esa instancia.
Como varios locales ya habían sido atacados, Emiliano prácticamente se había instalado en el de San Juan y 9 de Julio. Argentina estaba rara y cada día se ponía más violenta. El viernes 28 de junio de 1974,
«(…) propios y ajenos se preparaban para empezar la vida después de Perón: algo inédito en la historia argentina de los últimos treinta años. Isabel Martínez estaba de gira por Europa encabezando la delegación argentina a la OIT y volvió de apuro: era la primera en la línea de sucesión. López Rega había copado la quinta de Olivos para que no se filtrara cualquier dato sobre la salud del presidente. Pero ahora Jorge Taiana y Pedro Cossio decían que sólo un milagro salvaría a Perón de la muerte. La conducción montonera mandó emisarios peronistas y no peronistas con un mensaje claro: el lopezrreguismo y el miguelismo quieren dar un golpe de palacio y para evitarlo se necesita un gobierno de unidad. Al mismo tiempo, mandaron una directiva a la militancia: atrincherarse en las unidades básicas y locales de las agrupaciones territoriales, universitarias, sindicales» (172).
Emiliano siguió al pie de la letra las indicaciones de la organización. Desde el 29 de junio y hasta que se terminara el velatorio de Perón, no abandonaría la sede de la JTP. Las guardias de los militantes rotaban, pero el único que no se movía de su puesto era Emiliano. Siempre había entre ocho y doce personas custodiando el local. La mayoría tenía armas cortas y los fusiles FAL quedaban guardados para los oficiales montoneros.
«Esa noche, Emiliano pasó varias horas en la oscuridad del balcón del primer piso con una manta de poncho y algún arma larga a mano. Cada tanto pasaba un auto despacio y con las ventanillas bajas. Algunas veces salían caños por esas ventanillas, y Emiliano los ponía en la mira. No sabía si lo veían. Daba igual. Eso le quitaba la modorra. Esa noche también estaban ahí el ex obispo de Avellaneda, Jerónimo Podestá, y su esposa Clelia…» (173).
Justo esa noche, a la madrugada, Vicky se apareció en el local. Necesitaba hablar con él. Era un ultimátum. Si las cosas entre ellos no cambiaban, era el momento de cortar definitivamente.
«—Ya sé cuál es la pelotuda de turno…
Emiliano sacó una risita nerviosa que aparentaba inocencia:
—¿De qué estás hablando?
—¿Cómo de qué hablo? De la que trabaja en el Congreso. Pero no seas boludo, que no te voy a esperar toda la vida» (174).
Era la última oportunidad que le daba. Emiliano sentía que quería estar con Victoria, que la extrañaba y que con ella quería hablar todas las noches. Tenía perfectamente claro que Vicky era quien le importaba y que todas las otras relaciones «eran boludeces» (175). Emiliano la veía hermosa y cada día que pasaba se sentía más atraído hacia ella. Y así la relación se volvió más formal. Una noche, en una reunión del Bloque de Prensa, que se realizó en la casa de Jorge Bernetti, volvieron a hacer público su noviazgo. Los dos coincidían en que esta vez la cosa iba en serio.
«Pero justo cuando volvemos a estar juntos me pasan a la clandestinidad. Y ya no tuvimos ninguna casa propia. Vivimos un tiempo con Rodolfo y Lilia, en un departamento viejo que alquilaba Patricia y su pareja, en otro que nos prestó Papaleo sobre la avenida Corrientes.
Después paramos en un departamento que nos prestó El Narigón Aznárez, para volver otra vez con Patricia. Así era nuestra vida. Hasta que un día conseguimos una especie de pieza en el barrio de Belgrano. Ese fue nuestro último domicilio» (176).
La relación iba tan en serio que decidieron tener un hijo. Era el momento indicado, así lo sentían los dos, como una forma de que la unión del amor que estaban construyendo perdurara en el tiempo. A los pocos meses, Victoria le declaró muy emocionada que estaba embarazada. Con un análisis de sangre confirmó las sospechas que le generaba el atraso que tenía desde hacía varios días. Iban a tener un bebé. Los dos quedaron conmocionados por la noticia. Pero, a pesar de la próxima paternidad, el compromiso con la militancia seguía siendo el mismo.
«Ya se venía toda la debacle que se vino y éramos, de alguna manera, conscientes de eso. Lo extraño era que asumimos una apuesta que no tenía ninguna posibilidad de terminar bien. Lo recuerdo como una dualidad. Por un lado, tener claramente esa conciencia y, por otro lado, estar convencido de que no había otro camino. En mi caso, yo no me podía abrir. Ni me lo planteaba. Pero el caso de ella fue diferente: Victoria no quiso» (177).
La propuesta de casamiento no tardó en llegar. A las pocas semanas de confirmada la noticia, Emiliano mandó hacer las alianzas sin que Vicky lo supiera. Con un anillo de oro que su madre le había regalado, Emiliano encargó las dos alianzas en un local de la calle Libertad, cerca de Corrientes. Una vez que le confirmaron que estaban listas, armó la estrategia para sorprenderla. Una mañana, como tantas otras, Emiliano le dijo durante el desayuno que la pasaría a buscar al mediodía para que lo acompañara a ver a un compañero. No hubo más explicaciones. Esta situación a Vicky no la sorprendió en lo más mínimo, ya que Emiliano jamás daba detalles cuando se trataba de algo vinculado a la militancia.
Al mediodía volvió, tal como habían quedado. Vicky se subió al Citroën: «Vicky, tabicate que tenemos que pasar a buscar a Ring por una casa operativa». Este pedido tampoco la sorprendió porque eran las típicas medidas de seguridad que se tomaban cada vez con más frecuencia. Victoria clavó la mirada en el diario que llevaba sobre su falda para no saber dónde estaban ni adónde iban. A las pocas cuadras Emiliano estacionó. Bajó del auto y, a los minutos, ya estaba de regreso. Puso en marcha el Citroën y, antes de arrancar, le entregó el estuche con las dos alianzas. «¡Sorpresa!», le dijo. Y ella recibió la cajita abierta de manos de Emiliano y quedó impactada al ver los anillos:
«—¡Sos un loco!
—Mirá que son de oro puro, le traje al joyero la malla de oro del reloj que me regaló mi viejo…» (178). Se dieron un beso largo y se pusieron los anillos.
Al día siguiente fueron juntos a pedir turno para el casamiento civil. Consiguieron fecha para el 3 de enero. Ese día, los testigos y los novios se encontraron en la puerta del Registro Civil de la calle Uruguay. Ahí mismo se conocieron quienes pasarían a ser consuegros: Miguel Costa, padre de Emiliano, y Rodolfo Walsh, padre de Victoria. La situación fue tensa para todos. Si bien el padre de Emiliano ya estaba retirado de la Fuerza Aérea, no dejaba de ser uno de los comodoros que se había levantado contra Perón. Walsh, además de ser el autor de Operación Masacre, era uno de los cuadros de la inteligencia montonera. Al final, todo resultó más llevadero de lo que imaginaron y hasta se dedicaron algunas sonrisas mutuas. Luego del trámite de rigor fueron a la casa de los padres de Emiliano para celebrar. Sólo la familia. Algo para comer, un brindis y no mucho más.
Después del casamiento, una amiga del padre de Emiliano les prestó un departamento en el barrio de Belgrano, en la calle Soldado de la Independencia, cerca del Hospital Militar. Sabían que el barrio estaba lleno de oficiales del ejército, pero ese era un dato menor al lado de que el departamento no tenía cocina, la heladera no enfriaba y el calefón no tiraba con fuerza. De todos modos, consiguieron algunas cosas prestadas y se mudaron ahí sin mayores dificultades. Por otra parte, tampoco sabían si ese iba a ser su domicilio fijo durante mucho tiempo. Sin ir más lejos, un par de meses volvieron a cambiar de lugar. Emiliano volvía a la clandestinidad y Vicky se sumaba como su compañera.
Las cosas habían cambiado mucho para ambos: iban a tener un hijo, se habían casado y Emiliano integraba la conducción de la Columna Oeste. Dejaba de ser Fernando, el nombre con el que militaba hasta ese entonces, para convertirse en Simón —por Bolívar— en su nuevo destino.
En febrero de 1975, Emiliano tuvo un mal presentimiento. Una tarde fueron con Vicky a la casa que compartían con Rodolfo en el Tigre y sintió que algunas de las cosas que pasaban podían leerse como un mal presagio. Para empezar, a diferencia de otras veces que iban a descansar y a disfrutar de la naturaleza, esa vez estaban ahí porque Victoria tenía que hacer reposo: se había pegado un tiro en el pie durante una práctica. A los pocos días de estar instalados en la isla, Emiliano perdió su alianza de matrimonio. Conversaban una tarde junto al río, sentados sobre los tablones del muelle, y él jugaba con su alianza, costumbre que tenía desde que se habían casado y que ella le reprochaba. Ese día la alianza se le escurrió entre los dedos y cayó al agua en cuestión de segundos. «Un tiempo antes de que yo cayera en cana, la alianza se me cayó al río ahí, en el muelle de Liberación» (179). Vicky se enojó muchísimo porque ya le había advertido en reiteradas ocasiones que no jugara con la alianza. Pero para Emiliano era como un tic, no podía evitarlo.
«Esa noche durmió mal: se despertaba a cada rato, se tocaba el dedo anular. Pero el anillo no estaba y Emiliano se dormía liviano y soñaba que salía desnudo a la calle. Se sentía frágil y se levantó, prendió un cigarrillo y miró la noche cerrada. El silencio le resultó ensordecedor y sintió un dolor en el pecho.
—Quizás el final esté cerca —se dijo, antes de volver a la cama (180)».
El embarazo avanzaba. Victoria se sentía muy bien en su nuevo estado y estaba activa, como siempre. Emiliano la veía cada día más linda y así se sentía ella. Pasaban largas horas pensando si tendrían una nena o un nene y debatían sobre los posibles nombres. Victoria seguía con su militancia y Emiliano, con la conducción de la Columna Oeste. Vivían austeramente y conscientes de que cada día que pasaba la situación era más riesgosa, pero nunca contemplaron la posibilidad de irse del país o de alejarse de la militancia.
Unos meses más tarde, en abril de 1975, luego de la sensación horrible que lo había cruzado durante los días en Tigre, Emiliano tenía —como era habitual— una reunión con la conducción de la Columna Oeste. Por la mañana le avisó a Vicky que se llevaría el auto y que se verían a la noche. El encuentro iba a realizarse en un bar de Morón, con Dardo Cabo. No bien se saludaron, Cabo le dijo que levantaban la reunión porque lo necesitaba para una operación: tenían que ir a buscar una encomienda.
La encomienda era cobrar una parte del rescate del secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born (181). Se había enfermado el chofer y querían que Emiliano manejara el auto hasta el lugar convenido. Emiliano se mostró disconforme por la improvisación y por su incorporación abrupta en una operación tan delicada. Les dijo que no estaba al tanto del asunto y que, además, desconocía por completo la ruta. Sentía que corrían un riesgo innecesario, pero la realidad era que le estaban dando una orden y no había espacio para cuestionarla. Emiliano se sumó al operativo, que constaba de varias etapas encadenadas. Dejó su auto y se subió al que estaba asignado para el operativo. Se encontraron con El Canca Dante Gullo (182) y los tres fueron hasta una parrilla. En ese lugar recibirían indicaciones de cómo moverse para cumplimentar la próxima etapa. Sabían muy poco sobre el secuestro, ya que toda la operación había sido realizada por la Columna Norte. Ignoraban, por ejemplo, que esa misma entrega se había frustrado dos veces. Y, para peor, era la primera vez que realizaban la tarea del cobro de un rescate.
Ya instalados en el restorán, pidieron una parrillada, aunque era temprano para almorzar. Las horas pasaban y no llegaba el llamado que esperaban. Estuvieron en el lugar mucho tiempo más que el previsto. Las entradas, salidas y llamadas desde el teléfono del local de los comensales llamaron la atención del dueño de la parrilla y avisó a la policía sin que ninguno de ellos se diera cuenta. Recién cerca de las 3 de la tarde recibieron las indicaciones precisas del segundo paso. Llamaron al mozo, pagaron la cuenta y fueron hasta el auto operativo, un Falcon marrón, que tenía una pistola debajo el asiento del conductor, otra en la guantera y un FAL y otra pistola en el asiento delantero izquierdo. Ellos no lo sabían, pero la policía tenía rodeada la manzana. Emiliano estaba poniendo el auto en marcha y Gullo permanecía senado en la butaca del acompañante cuando fueron rodeados por sorpresa por la policía.
«No te movás que te quemo», escuchó Emiliano que le gritaban mientras le apuntaban con un arma a la cabeza. Estaban rodeados y no tenían forma de tomar las armas, que descansaban debajo de los asientos y dentro de la guantera. Emiliano y El Canca obedecieron porque no tuvieron opción. Emiliano intentó instalar la idea de que estaban a cargo de una volanteada para minimizar el asunto, pero no hubo caso. En cuestión de minutos, fue vendado, esposado y tirado en el piso de una camioneta. Dos tipos lo pateaban. Entendió que ya no controlaba nada. No sentía miedo, sólo lo angustiaba la idea de que no llegaría a conocer a su hijo.
Los llevaron detenidos a la comisaría de San Justo y los torturaron. Dijo de qué se trataba la encomienda y desde ese momento el interrogatorio viró hacia un objetivo previsible: los policías querían saber en qué lugar estarían los 7 millones de dólares del secuestro.
Cuando Emiliano se despidió de Vicky por la mañana, y quedaron en verse a la noche, fue la última vez que se vieron. Emiliano permaneció preso todos los años de la dictadura. Junto con Dardo Cabo y Dante Gullo, fueron los primeros presos políticos en la cárcel de Sierra Chica. Con el paso de los días empezaron a llegar otros.
Dardo Cabo Juan Carlos Dante Gullo
Emiliano extrañaba mucho a su mujer y al hijo que iban a tener en pocos meses. Pensaba mucho en ellos y quería imaginarse cómo estaría creciendo la panza de Vicky. Ella no podía visitarlo porque significaba un riesgo enorme, era una militante semiclandestina y arriesgarse de esa manera hubiera sido una locura. Se escribían cartas, pero usaban otros nombres para no ponerla en riesgo. Los dos se desesperaban por la imposibilidad de verse y abrazarse, de dormir juntos, de compartir los movimientos del bebé, hablar por horas, pelear y luego reconciliarse.
En la cárcel, Emiliano pensaba mucho en el embarazo de Vicky y lo atormentaba la idea de no estar el día del nacimiento de su hijo, no conocerlo y no acompañarla. Por esos días tuvo el presentimiento de que tendrían una nena. Le mandó una carta a su mujer y le propuso que, si tenían una nena, la llamaran como ella, pero invirtiendo los nombres: Victoria María, porque así le quedarían las iniciales VM, o sea, Victoria Montonera.
Vicky transitaba su embarazo saludablemente y llena de energía. Seguía con la militancia y su compromiso político permanecía intacto. Vivía con su padre y con Lilia. El día que empezó con el trabajo de parto estaban las dos solas.
«Victoria empezó a patear, quería nacer. Estábamos las dos abrazadas en la cama y yo le sostenía la panza. Vicky, que siempre me matoneaba, me decía: “No llevás bien la cuenta del tiempo de las contracciones”. Tenía la mano en su panza y un susto terrible, mientras Victoria empujaba para nacer» (183).
Llamaron a Elina Tejerina (184), la mamá de Vicky, y salieron rumbo al sanatorio, cuando ya no había dudas de que el bebé estaba por nacer.
«Cuando la llevaron de vuelta a su habitación se le caía un lagrimón, tenía una sonrisa de oreja a oreja y en la mano, un papelito con las huellas de los piecitos de Victoria María. Vicky con ese lagrimón y esa sonrisa me dijo: “Algo nos salió bien”» (185).
Efectivamente, como había intuido a la distancia Emiliano, habían tenido una nena. El 1º de agosto de 1975, Emiliano recibió un telegrama: «Felicidades, nació nuestra hija Victoria María Costa Walsh. Pesó tres kilos 100. Te amo. Vicky».
Cuando le dieron el alta, Vicky se fue nuevamente a la casa de su padre. Las primeras semanas no fueron fáciles. El clima estaba tenso, sobre todo con Lilia, que en su afán de colaborar y ayudar a Vicky sólo lograba alterarla. La convivencia no era la de antes. «Al principio nos peleábamos, pero después se dio una fuerte unión entre nosotras. Vicky me dejó compartir su maternidad» (186).
Con la beba recién nacida, Vicky volvió a la militancia de inmediato. Siempre se organizaba para que la cuidaran mientras ella tenía compromisos políticos. Sabía que, desde la instauración de la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla el 24 de marzo de 1976, vivían en riesgo permanente, tanto ella como su hija. Su prioridad era cuidar a la beba y protegerla de cualquier situación. Sin embargo, el 28 de septiembre, el día de su cumpleaños número 26, no logró que nadie cuidara de su hija y tuvo que llevarla a una reunión en una casa de la calle Corro al 100, en el barrio de Floresta.
Vicky era oficial segundo de Montoneros. Su nombre de guerra era Hilda y era secretaria de Comunicación Gremial de la organización. Ese día se reunió con Alberto Molina Beluzzi, Ismael Salame, José Coronel e Ignacio Bertrán, cuatro miembros de la Secretaría Política. Estaba con su hija de un año y dos meses en una casa propiedad de la familia Mainer.
Ninguno de los presentes sabía que una compañera que había caído presa el 27 de septiembre había pasado el dato de la reunión a un grupo de tareas del Ejército tras horas de ser torturada.
A las 7 de la mañana del 29, Vicky se despertó al escuchar unos gritos provenientes de la calle, que salían de los megáfonos de efectivos del Ejército. Los militares ya estaban ubicados frente a la casa donde ellos se encontraban y de pronto comenzaron los disparos. El operativo era gigante: había más de quinientos efectivos afuera y adentro, cinco militantes y un bebé. Luego de una hora y media de tiroteo, murieron en la planta baja de la casa Salame, Coronel y Bertrán, tres oficiales mayores de Montoneros. En la planta alta, en la terraza, aparecieron inesperadamente María Victoria Walsh y Alberto Molina, secretario nacional de la organización.
«“El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba, nos llamó la atención porque cada vez que tiraban una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella (María Victoria) se reía”, declaró un soldado del Ejército presente ese día en el enfrentamiento. Según el militar, “la muchacha” había dejado la metralleta con la que disparaba, se asomó de pie sobre el parapeto de la terraza y abrió los brazos. Todos habían cesado el fuego. De repente, comenzó a hablarles en voz alta. El mismo soldado que detalló lo ocurrido ese día no recordaba cuáles fueron las palabras, pero sí recordó una última frase que nunca más pudo olvidar. “Ustedes no nos matan. Nosotros elegimos morir”, fue lo último que dijo María Victoria Walsh antes de llevarse, al igual que su compañero, una pistola a la sien y matarse frente a todos los soldados allí presentes» (187).
Cuando finalizó el tiroteo, los responsables del operativo entraron a la casa y encontraron a una pequeña sobreviviente debajo de un colchón. Era Victoria María Costa Walsh. El coronel Roualdes se llevó a la hija de Emiliano y Vicky.
«Entregó el bebé a un policía de la provincia de Buenos Aires que se había anotado para recibir “hijos de los subversivos”: la práctica era común» (188).
Rodolfo Walsh se enteró de la muerte de su hija durante una reunión que fue interrumpida para leer un comunicado que informaba sobre el combate de la calle Corro. Luego escribió la primera de las tres célebres cartas. Esta, con fecha del 1° de octubre de 1976, estaba dirigida a su hija Victoria. (Ver Anexo.)
Dos días después de que la beba fuera apropiada, el papá de Emiliano logró recuperarla. Le dijeron que se la daban porque era un militar. Una vez que tuvo a la beba consigo, el comodoro Miguel Costa fue a Sierra Chica para ver a su hijo. Cuando Emiliano lo vio, supo enseguida que algo andaba mal. Escuchó las palabras de su padre como si en realidad no se las estuviera diciendo a él. Era un murmullo lejano que llegaba hasta lo más profundo de su corazón. Estaban en la capilla del penal, el lugar permitido para que los reclusos recibieran a las visitas. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Se abrazó con su padre. Había muerto María Victoria. Había muerto su compañera de la vida.
Notas
149- FAR. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias fueron una organización política armada formada a finales de la década del 60, cuyo objetivo era unirse a las guerrillas rurales iniciadas por el Che Guevara en Bolivia. Sus miembros provenían de una fractura producida en la Federación Juvenil Comunista (la Fede) del PCA. Eran marxistas-leninistas pero con un anclaje latinoamericanista inspirado en la prédica y accionar del Che. En 1967, en plena dictadura de Juan Carlos Onganía y ante el asesinato del Che en Bolivia, la agrupación logró expandirse numéricamente e incursionar en nuevas formas de lucha, como la guerrilla urbana. Este proceso duró hasta el Cordobazo, en 1969. De allí en adelante se conformó una organización político-militar orientada fundamentalmente a la lucha contra la Revolución Argentina. A comienzos de la década del 70 la organización fue definiéndose políticamente más cercana al Peronismo Revolucionario y al grupo Montoneros. Tanto así que, el 12 de octubre de 1973, Montoneros y FAR anuncian su fusión, actuando de ahí en adelante con el nombre de la primera. Algunas figuras salientes de FAR como Marcos Osatinsky, Roberto Quieto y Julio Roqué pasaron a ocupar cargos de mando en Montoneros.
150- Entrevista de la autora de este libro con Emiliano Costa.
151- FAP. Las Fuerzas Armadas Peronistas fueron una organización guerrillera argentina creada en 1968 bajo el liderazgo de Envar Cacho El Kadri. Su aparición se produjo el 17 de septiembre con una acción armada en Taco Ralo, Tucumán, que se vio frustrada. A fines de 1968 viajaron a Córdoba los dirigentes Alicia Eguren, Raimundo Villaflor y Bruno Cambareri para llevar la adhesión a las FAP de la Acción Revolucionaria Peronista (ARP), orientada por John William Cooke; y a mediados de 1970 Villaflor se incorporó a la dirección de la organización. Las FAP reaparecieron en 1969 y 1970 con varias acciones de guerrilla urbana. Con la llegada de Lanusse a la presidencia y la perspectiva de una posible salida electoral, se produjo una polémica en el interior de las FAP, ya que había un sector que consideraba revolucionario al movimiento peronista y a Perón como el único capaz de diseñar su estrategia, mientras que otro sector liderado por Villaflor y Jorge Caffatti, denominado Alternativa Independiente de la clase obrera y el pueblo peronista, se proponía como herramienta política propia de los trabajadores, poniendo el acento en la lucha y distanciándose de los «burócratas y traidores». Al triunfar este grupo, se impuso un proceso interno de «homogeneización política ideológica compulsiva». En 1971 las FAP se dividieron, por lo que fueron expulsados Eduardo Moreno, Ernesto Villanueva y Alejandro Peyrou. Este sector se integró a la organización Montoneros. En 1973, ya próximas las elecciones, Villaflor fue una de las principales figuras del sector de las FAP conocido como Comando Nacional, con apoyos en la ciudad de Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Tucumán, Chaco, Corrientes y Mar del Plata, que sostuvieron la continuidad de la lucha armada y rechazaron la opción de influir desde adentro al movimiento peronista. Luego de nuevas divisiones y sin una estructura suficiente para afrontar la represión posterior al golpe militar del 24 de marzo de 1976, las FAP vieron menguadas sus filas y Villaflor instaló un local de reparación de artículos eléctricos cerca de la estación de Florencio Varela. A mediados de 1978 decidió, junto con otros compañeros, suspender la actividad política hasta que cambiara la situación. En agosto de 1979, luego de varias detenciones que incluyeron a su hermana menor, Josefina, por entonces asesora gremial de la Federación Gráfica Bonaerense, Villaflor fue secuestrado junto con su segunda esposa, Elsa Martínez, cuando estaba de visita en casa de sus padres. Raimundo fue asesinado cuatro días después de su secuestro.
152- Entrevista de la autora de este libro con Emiliano Costa.
153- El regreso de Perón a Argentina fue el 17 de noviembre de 1972, tras casi dieciocho años de exilio. Desde entonces esa fecha es conocida como Día del Militante. Lo hizo en un avión de la compañía Alitalia acompañado por 154 personas. La comitiva había partido desde Buenos Aires días antes para regresar al país con su líder. Estaba integrada por representantes de la sociedad argentina, entre quienes se encontraban líderes políticos y gremiales, artistas, periodistas, entre otros. El 16 de noviembre, el gobierno de Agustín Lanusse tomó medidas extremas y rodeó el Aeropuerto de Ezeiza con fuerzas militares para evitar que los militantes se acercaran a recibir a Perón. A pesar de ello, miles de peronistas se lanzaron a las calles bajo una persistente llovizna y algunos lograron cruzar el río Matanza. Perón llegó ese día y de inmediato fue retenido en el Hotel de Ezeiza hasta la madrugada del día siguiente, cuando lo liberaron y pudo dirigirse a la casa de Gaspar Campos, en Olivos.
154- Residencia de Gaspar Campos. La casa de Perón, ubicada en la calle Gaspar Campos 1065, en la localidad de Olivos, fue la elegida por el líder político luego de su llegada al país. Hacia fines de 1972, se convirtió en una suerte de polo político central de Argentina, por las reuniones que tenían lugar allí. Las guardias periodísticas se mantuvieron durante semanas, en las que se sucedieron las visitas de políticos, como la del dirigente radical Ricardo Balbín apenas dos días después del regreso de Perón. Aunque el saludo entre ambos fue bautizado como «el abrazo de la unión nacional», la llegada de Balbín a Gaspar Campos se recuerda como «el salto de la tapia» ya que, debido a la cantidad de personas que había frente a la residencia, debió ingresar por los fondos luego de treparse por una pared.
155- La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina de 1966 a 1973, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós. Buenos Aires, Planeta, tomo 2, p. 113.
156- Jorge Bernetti. Periodista y militante de larga trayectoria que se desempeñó en gran cantidad de medios entre los años 60 y 70. Es licenciado en Ciencias Políticas (UNAM, México) y doctor en Comunicación (UNLP). Experto en Historia de los medios, es profesor titular de Historia del Periodismo y las Comunicaciones en Argentina (UNLP), de Diseño de la Información Periodística (UBA) y director de la Maestría en Periodismo (UNLP). Fue jefe de prensa en la gira electoral de Héctor Cámpora en 1973 y director de Comunicación Social del Ministerio de Defensa (2005-2010). Fue director de la Escuela Superior de Periodismo y Comunicación Social (UNLP), secretario de Cultura y Extensión Universitaria (UBA) e integrante del Consejo Directivo de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social. Recibió el premio Rodolfo Walsh de la UNLP y el premio a la trayectoria de la escuela TEA. Entre otros libros publicó El peronismo de la victoria y Peronismo: cultura política y educación (1945-1955), en colaboración con Adriana Puiggrós.
157- Silvia Rudni. Tercera generación de periodistas en su familia, se inició en la revista Primera Plana, donde compartió redacción con Vicky Walsh. Para ese medio entrevistó a Pablo Neruda en Chile. También pasó por el diario La Opinión, donde le hizo una huelga a Jacobo Timerman y fue despedida. Se incorporó luego al diario montonero Noticias. «Combinando precisamente, militancia y profesión, ella fue integrante de la Agrupación 26 de Julio de la Juventud Trabajadora Peronista y del Bloque Peronista de Prensa. Nada extraño si se comparte el dato de que, desde los 14 años, Silvia participaba del trabajo social en villas de emergencia. Antes, fue corresponsal de Telenoche en Canal 13 a partir de 1966 y colaboró desde su compromiso político con la agencia cubana de noticias Prensa Latina», recuerda el historiador Roberto Baschetti. Rudni fue pareja del periodista Jorge Luis Bernetti, con quien partió al exilio. Murió a los 29 años, en noviembre de 1975, en México.
158- Entrevista de la autora de este libro con Emiliano Costa.
159- Íd.
160- Rodolfo Walsh. Periodista y escritor, su libro Operación Masacre es considerado la primera novela de no ficción de Argentina. Walsh también se dedicó a la ficción, con la publicación de célebres cuentos policiales, y trabajó como traductor. Desde su rol como militante en las organizaciones guerrilleras FAP y Montoneros, combatió a la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983. Además de distintas tareas de inteligencia, creó desde la clandestinidad la agencia de noticias ANCLA, destinada a difundir información sobre lo que ocurría en el país por aquellos años. Luego escribió una serie de cartas, entre las que se encuentran su célebre «Carta abierta de un escritor a la Junta Militar». El 25 de marzo de 1977, al día siguiente del primer aniversario del golpe cívico-militar, mientras repartía las primeras copias de su texto en algunos buzones de la ciudad de Buenos Aires y se dirigía a una cita con un compañero de la organización, fue emboscado y acribillado a balazos por un grupo de tareas. Según testimonios de ex detenidos desaparecidos, se supo que luego del operativo fue llevado a un centro clandestino de detención. Desde entonces, el escritor integra la lista de desaparecidos por la última dictadura.
161- Lilia Ferreyra. Periodista que se desempeñó en la editorial de Jorge Álvarez y en los diarios La Opinión y Página/12, fue la última pareja de Rodolfo Walsh. Se habían conocido en 1967, cuando Walsh le firmó un libro de cuentos suyo y poco después esa atracción inicial los convirtió en pareja durante casi una década. «Juntos atravesaron la etapa en que el periodista dirigió el periódico de la CGT de los Argentinos, la militancia en el peronismo revolucionario de los 70 y tras la primavera camporista, el pase a la clandestinidad», explicó la agencia Télam al reportar la muerte de Lilia. En 1975, mientras Walsh se ocupaba de la inteligencia en la estructura de Montoneros, se replegaron en lo doméstico y alquilaron una casa en San Vicente, donde Rodolfo se hizo pasar por traductor y profesor de inglés. Tiempo antes, fuerzas militares ya habían allanado otra casa que alquilaban en una isla en el Tigre. Ferreyra ayudó al escritor a tipear y difundir su célebre «Carta abierta de un escritor a la Junta Militar». Murió en 2015, a los 71 años.
162- Pirí Lugones. Su nombre completo era Susana Lugones Aguirre. Fue escritora, periodista, editora y traductora que estuvo en pareja con Rodolfo Walsh durante tres años. Nació el 30 de abril de 1925 en Buenos Aires. Su madre, Carmen Aguirre, era hija del afamado pianista y compositor argentino Julián Aguirre. Pirí estudió en el colegio Lenguas Vivas y egresó como maestra normal en 1942. Según recuerda el historiador Roberto Baschetti, «cierto aire trágico siempre sobrevoló sobre su familia. Su abuelo, el poeta nacional Leopoldo Lugones, se suicidó en 1938 en un recreo del Tigre bebiendo cianuro. Su padre, de igual nombre y apellido, en la década del 30, fue el inventor de la picana eléctrica que se les administraba a los opositores al gobierno de facto del general José Félix Uriburu. Se mató de un tiro en la sien en 1971. Pirí siempre lo despreció. Y una manera de hacerlo era cuando entraba a una reunión social y se presentaba: “Hola… soy Pirí Lugones, la nieta del poeta e hija del torturador”». Luego de separarse de su primer esposo, Carlos Peralta, con el que tuvo tres hijos, vivió tres años con Rodolfo Walsh. Como periodista, escribió en diversas revistas de actualidad. En 1959 viajó a Cuba y a su regreso comenzó a colaborar en la agencia nacional de noticias Prensa Latina. A medida que fue acrecentando su compromiso político, también escribió en el diario Noticias, entre 1973 y 1974. Ya como militante montonera, bajo el seudónimo de Rosita, realizaba trabajo barrial, de prensa e inteligencia. Fue secuestrada desaparecida el 20 de diciembre de 1977 en su domicilio de la capital. «Créase o no, cuentan que enfrentó la tortura cagándosele de risa al verdugo y diciéndole: “¡Qué sabés vos de torturas! ¡Torturador era mi viejo!”», reconstruye Baschetti.
163- Entrevista de la autora de este libro con Emiliano Costa.
164- La voluntad, ob. cit., tomo 2, p. 110.
165- A principios de 1973, por su estrategia de construcción de frentes de masas, Montoneros lanzó un brazo sindical con el cual se proponía disputar la dirección de los trabajadores dentro del peronismo: la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). La JTP creció muy rápido consolidando un trabajo previo impulsado por la Juventud Peronista y, a sólo cuatro meses de su creación, en un acto celebrado en la ciudad cordobesa de Río Ceballos, lanzó su estructura nacional integrada por siete regionales. Con una amplia inserción fabril y con una política de construcción desde las propias bases, tomó como principal objetivo la lucha contra las direcciones sindicales existentes. Este desarrollo explica el rol directriz que ocupó en las jornadas de junio y julio de 1975, fenómeno que expresó uno de los momentos de mayor activación de la clase obrera en el proceso revolucionario abierto en 1969. De este modo, la JTP se constituyó en un agrupamiento que no sólo acompañó sino que impulsó las luchas obreras del período. Al ser el movimiento obrero la columna vertebral del Movimiento Peronista, la JTP tendría el ambicioso objetivo de disputar y ganar los órganos de representación político-sindicales del país. Su espacio de inserción excedía a sindicatos, federaciones e incluso a la misma central obrera, buscando en paralelo la ocupación de espacios de poder dentro del brazo sindical del Partido Justicialista: las 62 Organizaciones Peronistas.
166- Entrevista de la autora de este libro con Emiliano Costa.
167- La voluntad, ob. cit., tomo 2, pp. 110 y 111.
168- Dardo Cabo. Periodista y dirigente político argentino, hijo del dirigente metalúrgico de la UOM Armando Cabo. Entre otras actividades, dirigió la publicación El Descamisado. El 28 de septiembre de 1966 dirigió el Operativo Cóndor, en el que con otros 17 militantes secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas y lo desviaron hacia las islas Malvinas. Por este episodio, Cabo pasó tres años en prisión. Al salir de la cárcel, se convirtió en parte de la organización Descamisados, que luego se fusionaría con Montoneros. Cuando comenzó la dictadura cívico-militar argentina (1976-1983), fue detenido y encarcelado por sus actividades políticas. Dardo Cabo estaba detenido en la Unidad 9 de La Plata y el 5 de enero de 1977 se les notificó que serían trasladados al penal de Sierra Chica. El 7 de enero de 1977, Cabo y Pirles salieron del penal de La Plata. En la madrugada del 8 de enero, cuando se aprestaban a cruzar el puente del río Samborombón Grande, a la altura del kilómetro 56 de la ruta 215, fueron fusilados en un simulacro de fuga. Más tarde, la dictadura alegó que un grupo de «elementos subversivos», conducidos en aproximadamente diez vehículos, había querido rescatarlos y los habían emboscado. Se indicó que luego de un intenso tiroteo, los delincuentes se habían dado a la fuga, pero resultaron abatidos cuatro NN, junto con los detenidos Cabo y Pirles.Palo Pirles
169- Entrevista de la autora de este libro con Emiliano Costa.
170- La voluntad, ob. cit., tomo 2, p. 281.
171- Íd., pp. 281 y 282.
172- Íd., p. 329.
173- Íd., p. 335.
174- Íd., p. 335.
175- Entrevista de la autora de este libro con Emiliano Costa.
176- Íd.
177- Íd.
178- La voluntad, ob. cit., tomo 2, p. 464.
179- Entrevista de la autora de este libro con Emiliano Costa.
180- La voluntad, ob. cit., tomo 2, p. 464.
181- Secuestro de los hermanos Born. En medio de un clima político enrarecido, el 19 de septiembre de 1974 un comando de la organización Montoneros concretó el secuestro extorsivo —que obtuvo el mayor rescate de la historia argentina— de los hermanos Juan y Jorge Born, dueños de una de las fortunas más importantes del país, quienes fueron liberados a los seis y nueve meses del operativo, respectivamente. El rescate pedido por el grupo guerrillero fue de 60 millones de dólares. Los hermanos Born eran por entonces los principales accionistas del mayor conglomerado productor y exportador cerealero argentino, Bunge y Born. Durante este hecho, Montoneros asesinó a un alto ejecutivo de la empresa Molinos Río de la Plata, Alberto Bosch, y a uno de los custodios y al conductor del vehículo en el que viajaban los secuestrados al momento de ser atrapados. Aunque gran parte del destino del dinero del rescate sigue siendo un misterio, dirigentes montoneros confirmaron que una parte del botín fue derivada hacia Cuba con el fin de ponerla a resguardo, en tanto que el pago final de unos 17 millones de dólares fue cobrado y administrado por el banquero David Graiver, quien tenía sus oficinas en la ciudad de Nueva York y murió en un dudoso accidente de aviación en 1976. Las relaciones entre el gobierno de Fidel Castro y Montoneros no siempre fueron de mutua afinidad. Por un lado, han circulado versiones periodísticas sugiriendo que la fortuna de Montoneros quedó finalmente incautada y confiscada en Cuba por orden de Castro, pero algunos ex funcionarios cubanos afirmaron que todo el dinero proveniente del secuestro les fue entregado a los principales dirigentes montoneros, algunas veces en forma personal y en efectivo, y otras, en graduales y sucesivas remesas al exterior, vía complejas triangulaciones financieras a través de bancos de Checoslovaquia y Suiza. La operación para atrapar a los empresarios fue espectacular. En menos de dos minutos, 15 montoneros desviaron el tráfico de la Avenida del Libertador, en el centro porteño, simulando una obra en una tubería de gas. El padre de los secuestrados, Jorge Born II, se negaba a pagar el rescate. Ni siquiera contestaba las llamadas extorsivas. Los empresarios permanecieron en una de las llamadas «cárceles del pueblo», donde el grupo guerrillero los sometió a juicio por explotar a sus trabajadores y aprovecharse de sus enormes latifundios.
182- Juan Carlos Dante Gullo. Dirigente político, actualmente integra el Frente para la Victoria, por el que fue elegido diputado nacional y legislador porteño. Comenzó su militancia en el barrio de Flores en la década de 1960 y posteriormente se sumó a organizaciones sindicales, como la CGT de los Argentinos. Fue funcionario juvenil durante la presidencia de Héctor Cámpora, momento en que encabezó una campaña para la vuelta de Perón del exilio. Militó en la Juventud Peronista (JP). En 1975 fue encarcelado y mantenido como preso político hasta octubre de 1983. Durante la última dictadura, en 1976 varios de sus familiares fueron secuestrados, algunos luego liberados y otros, como su madre y su hermano menor, aún continúan desaparecidos.
183- Ni el flaco perdón de Dios: hijos de desaparecidos, de Juan Gelaman y Mara La Madrid. Buenos Aires, Planeta, p. 388.
184- Elina Tejerina fue la mujer de Rodolfo Walsh, madre de sus hijas Victoria y Patricia. Con ella, que era docente y poeta, vivieron en La Plata durante sus años de juventud. Entre sus actividades más destacadas, fue directora de una escuela para ciegos en la ciudad de La Plata que hoy lleva su nombre.
185- Ni el flaco perdón de Dios, ob. cit., p. 388.
186- Íd.
187- Según una nota que publicó Página/12 en mayo de 2017, la hermana de Victoria Walsh, Patricia, presentó por primera vez ante el juez Daniel Rafecas el pedido para que se abra una causa con el fin de investigar el homicidio de su hermana en el marco del genocidio de la última dictadura militar. Entre las medidas de prueba solicitadas, Walsh exige la apertura de los archivos de aquella época, que «desde hace mucho denunciamos que existen y que hay que ponerlos a disposición del proceso» de Memoria, Verdad y Justicia.
188- La voluntad, ob. cit., tomo 2, p. 121.
Te amo Pablo Neruda Te amo…
te amo de una manera inexplicable, de una forma inconfesable,
de un modo contradictorio.
Te amo…
con mis estados de ánimo que son muchos, y cambian de humor continuamente, por lo que ya sabes,
el tiempo, la vida, la muerte.
Te amo…
con el mundo que no entiendo, con la gente que no comprende, con la ambivalencia de mi alma, con la incoherencia de mis actos, con la fatalidad del destino, con la conspiración del deseo, con la ambigüedad de los hechos.
Aún cuando te digo que no te amo, te amo, hasta cuando te engaño, no te engaño, en el fondo, llevo a cabo un plan, para amarte mejor.
Te amo…
sin reflexionar, inconscientemente, irresponsablemente, espontáneamente, involuntariamente, por instinto, por impulso, irracionalmente.
En efecto no tengo argumentos lógicos, ni siquiera improvisados
para fundamentar este amor que siento por ti, que surgió misteriosamente de la nada, que no ha resuelto mágicamente nada, y que milagrosamente, de a poco, con poco y nada ha mejorado lo peor de mí.
Te amo…
te amo con un cuerpo que no piensa, con un corazón que no razona, con una cabeza que no coordina.
Te amo…
incomprensiblemente,
sin preguntarme por qué te amo, sin importarme por qué te amo, sin cuestionarme por qué te amo.
Te amo…
sencillamente porque te amo,
yo mismo no sé por qué te amo.
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