San Martín y su vínculo con las logias que actuaron en América
Por Pablo Yurman 16 de Agosto de 2021 Profesor, director del CEHCA
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Grupos secretos de personas con intenciones políticas existen desde los albores de la humanidad; de lo que se sigue que no toda logia es automáticamente de filiación masónica.
La relevancia de la figura de José de San Martín aparece desdibujada hasta bien entrado el siglo XX. Los historiadores se habían ocupado de él, la nomenclatura urbana lo recordaba, pero no fue hasta 1950, oficialmente declarado Año del Libertador, que su persona y sobre todo su obra emancipadora fue puesta en el lugar que merecía. Baste recordar que hasta ese año la actual Avenida del Libertador llevaba el nombre de Carlos María de Alvear, y que en sellos postales y billetes se rendía más culto a Bernardino Rivadavia. Ambos, enemigos declarados de San Martín.
El primero en apropiarse y deconstruir su retrato fue Bartolomé Mitre quien en su obra San Martín y la emancipación sudamericana lo presenta como un gran estratega militar (que obviamente fue) pero al mismo tiempo, curiosamente, como alguien carente de ideas políticas vinculadas a la realidad sudamericana del siglo XIX. A lo sumo, según esta mirada reduccionista, sus contendientes serán los realistas o a lo sumo facciones chilenas y peruanas, pero el Libertador carecería de enemigos internos argentinos. Luego vendrá el revisionismo histórico a equilibrar la balanza, pero más acá en el tiempo suceden cosas llamativas: para algunos auto-percibidos revisionistas el prócer habría recorrido medio continente durante diez largos y penosos años en una aparente lucha entre “progresistas” y reaccionarios, interpretación forzada y desconectada de los hechos. Se evita por esta corriente detenerse en un aspecto fundamental: ¿acaso sus ideas no cambiaron ni un ápice durante su vida? Tras su desembarco en Buenos Aires en 1812, ¿puede pensarse que su pensamiento de matriz liberal no se modificó en nada luego de tomar contacto directo con realidades que ni se discutían en las logias de Cádiz? Y para culminar el derrotero, no falta quien considere que San Martín era un agente inglés que se limitó a obedecer órdenes emanadas de Londres.
La cuestión de las logias -algunas vinculadas a la masonería- y la pertenencia o no de San Martín a ellas, es un tema varias veces tratado, pero que quizás habilite algunas precisiones en detalles que dan sentido al conjunto.
Sin entrar a analizar aquí la masonería en sí, es un hecho demostrado que ésta aparece institucionalmente en la Inglaterra del siglo XVIII, fuertemente vinculada a su élite gubernamental, incluida la familia real. Gran Bretaña utilizará en esa época a las logias como un instrumento informal de su política exterior. Por ello, no puede extrañar que los ingleses establecieran al menos dos logias masónicas durante las invasiones a Buenos Aires en 1806 y 1807, las llamadas Estrella del Sur e Hijos de Hiram, en las que se reclutaba a criollos anglófilos dispuestos a colaborar. Recordemos que la fuga de William Beresford, detenido tras ser derrotado en 1806, fue posible gracias a la ayuda de Aniceto Padilla y Saturnino Rodríguez Peña. El colaboriacionismo anglófilo es un hecho recurrente en ciertos sectores.
Respecto de la famosa Logia Lautaro, se ha precisado que “se componía de dos secciones, una azul y otra roja. A una la denominó San Martín Gran Logia de Buenos Aires, y fue la que actuó en política, con prescindencia de la otra, la cual no intervenía para nada en las deliberaciones de aquélla. Conviene que expliquemos esto: en realidad, en vez de uno, eran dos organismos, aun cuando guardaban entre sí una estrecha relación” (Antonio Zúñiga, La Logia Lautaro y la independencia americana; De Paoli, Pedro, Facundo, 1973). Y agrega el autor algo importante: “La Logia Lautaro iniciaba a los profanos en sus ritos y se ajustaba a ciertas pruebas masónicas. La Gran Logia de Buenos Aires, donde actuaba San Martín, no tenía ese carácter: era esencialmente política, tal como lo manifiesta el autor citado [Zúñiga], prominente masón de Buenos Aires”.
Por tanto, podemos permitirnos aclarar una cuestión. Las logias como grupo secreto de personas con intenciones políticas existen desde los albores de la humanidad aunque no se las nombre de ese modo. De ello se sigue que no toda logia es automáticamente de filiación masónica, elemento éste eventual, dependiendo de la geografía y la época. Además, a comienzos del siglo XIX, hubo en Buenos Aires logias masónicas, y las hubo también con algunos miembros masones, lo que es algo distinto. Vicente Sierra es contundente cuando afirma: “No es el caso sacar a colación la Logia Lautaro; su ideal americanista de independencia fue criticado por Strangford [embajador inglés en Río de Janeiro, prominente miembro de la masonería] lo que basta para comprender que se trató de una organización que nada tuvo que ver con el Gran Oriente de Londres” (Vicente Sierra, Historia de la Argentina).
Acá debemos destacar que lo señalado tuvo su correlato en la política de aquellos años. Fue notorio el enfrentamiento entre la tendencia liderada por San Martín y la encabezada por Alvear; la primera apostaba a la declaración de la independencia (no argentina, sino sudamericana), la segunda se coronará con el vergonzoso ofrecimiento de Alvear, en carta al Primer Ministro británico, ofreciendo las Provincias Unidas como protectorado británico. No extraña por tanto que la caída de Alvear, cuyo Directorio duró escasos tres meses, fuera celebrada públicamente en Cuyo, en donde San Martín era en 1815 Gobernador y preparaba el cruce de Los Andes.
Pero la prueba contundente de que si bien el vínculo de San Martín con alguna logia existió, pero no era de sumisión a las directrices de éstas (que a su vez obedecían a su casa matriz fuera de nuestras fronteras), consiste en la desobediencia de poner el Ejército Libertador al servicio del aniquilamiento de los caudillos federales. Luego del triunfo en Maipú, San Martín retornó casi en secreto a Buenos Aires. Necesitaba fondos para continuar con su campaña lo que planteó en una reunión en la logia que duró varias horas. Sobre este episodio se ha dicho: “Vicente Fidel López, sobre la base de informes verbales de su padre, presente en las tenidas de la logia, informa que el ministro Gregorio Tagle, hizo una enconada oposición a los planes de San Martín y sostuvo la necesidad de utilizar el Ejército de los Andes para la defensa de Buenos Aires y del gobierno, amenazados por el ‘desbordamiento del anarquismo que prevalecía en el Litoral’” (Vicente Sierra).
San Martín no puso sus fuerzas al servicio de los logistas del puerto, lo que terminará con la caída del Directorio en 1820 tras ser derrotado en la batalla de Cepeda. Pero a cambio no recibirá un solo peso para financiar la campaña del Perú, entre otras cosas porque los comerciantes británicos se negaron a hacer el aporte inicial gestionado por Pueyrredón. Por eso en carta a Bernardo de O’Higgins es claro al expresar: “El partido actual que gobierna Buenos Aires no me perdonará jamás mi negativa a sacrificar la división que estaba en Mendoza a sus miras particulares.”
La desaparición del Imperio Español era la crónica de una muerte anunciada desde hacía décadas y buena parte de la responsabilidad recae sobre la propia monarquía, que desde la llegada de los Borbones al trono distaba mucho de ser lo que había sido. Por tanto no hace falta dar con un documento secreto para comprender que el rival secular de España, Inglaterra -que sí contaba con una élite de conducción lúcida y ambiciosa-, haría todo lo que estuviera a su alcance para sacar tajada del botín americano de su languideciente rival. Es la lógica de la política internacional. Lo que en definitiva se jugaba entre los criollos era cómo evitar que la ruptura política con una metrópoli totalmente alienada, y la consecuente independencia, no caminara a un proceso de atomización del gran espacio sudamericano, cosa que finalmente ocurrió, fragmentándose la América española en quince repúblicas.
Acaso ese gran pensador que fue Arturo Jauretche lo resumiera genialmente en Ejército y Política: “Hay dos concepciones. La que tiende al ser de la Nación en primer término, y la que posterga ésta, al cómo ser; la que pone el acento en la grandeza, y la que lo pone en la institucionalidad, en las formas. La primera tiene la tensión puesta en las campañas de la independencia, en el Alto Perú y en la Banda Oriental; es la que genera las epopeyas sanmartiniana y artiguista. Se siente continuadora de la política de España en el continente, ahora para los americanos. Su ámbito es tan grande que sus hombres se llaman así, y no argentinos; esto lo iremos siendo a medida que nos achiquemos; ¡Si apenas nos hemos salvado de llamarnos porteños!”
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