Goce y excesos de la negrada peronista

Por Jorge Halperín Página 12

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La felicidad del pueblo de Daniel Santoro

«Una de las cuestiones claves que se puede imputar al peronismo es siempre excederse en el goce. El goce entendido como felicidad y al mismo tiempo como desgaste, porque el goce tiene una doble cara; hay un goce mortal y una felicidad.

“Por eso, siempre desde la visión del otro, de ese que lo está mirando, el peronismo goza feliz y en exceso. La promesa siempre es de felicidad, nunca de sacrificio, nunca hay un horizonte de sacrificio en el peronismo. La izquierda piensa que son necesarios sacrificios revolucionarios, y la derecha o el sistema capitalista en general, ponen la meritocracia y el sacrificio para lograr un status determinado. Nada de eso es relevante para el peronismo”.

Esas frases surgen de la aguda mirada del plástico Daniel Santoro, quien elaboró toda su obra alrededor de los íconos peronistas. Santoro piensa que el peronismo instala la democratización del goce, y por eso mismo es odiado (al menos provoca muchos indignados “porque ese negro está gozando como yo“).

Y esa interpelación ofrece alguna pista para pensar en esta escena demencial, contradictoria, en la cual un gobierno que reequipó el sistema de salud a tiempo y vacunó a un 60 por ciento de la población es acusado de irresponsabilidad por los cien mil muertos de la pandemia por una fuerza que desde un primer momento llamó a desconfiar de las vacunas y desobedecer los cuidados sanitarios.

Es cierto que el presidente se disparó en el pie: y lo que fue una fiestita de cumpleaños con diez invitados –que no debía haberse hecho en medio de las restricciones de la pandemia-, resultó una perla para una oposición mediática y partidaria que, como señalamos, en el año y medio de pandemia hizo pito catalán a los cuidados, pero que ahora clama al cielo porque en la residencia presidencial “están de joda” mientras sufrimos pérdidas irreparables.

Alguien habló de un “Puticlub” y puso como supuesta prueba a la visitante Sofía Pacci, que hace tiempo había viralizado una foto en paños menores.

Todo luce como un nuevo capítulo de la saga “La negrada peronista en el poder goza mientras sufrimos”. Desde sus orígenes, la narrativa antiperonista se disparó contra esa fuerza irreverente que viene a plantear el goce de los de abajo, y Eva fue el blanco predilecto. Eva, una lumpen del mundillo de la farándula subida a la cima del poder por su habilidad para calentar al general. “Esa puta”.

Estaba creado el relato sobre el fenómeno maldito de la política. El goce y los excesos de la negrada. El cabecita que los domingos se calzaba el traje y la corbata florida, se mandaba a la bailanta y se ponía alegremente en pedo. El bruto que hacía asado con los parquets de las casitas que entregaban Perón y Evita.

Cuando Eva fue devorada por un cáncer, quedó sólo Perón en el centro de todos los odios, y allí se fortaleció otra vez la matriz contra el goce peronista. Las clases medias tuvieron la certeza de que en la casa del presidente funcionaba una suerte de Puticlub, con Perón corriendo en los jardines a las adolescentes de la UES, prueba supuesta de lo cual era su romance con aquella chica de 16 años.

Ni que hablar de la noticia de que en los años ’60 el viudo Perón tenía nueva pareja, y que ella era una bailarina que le presentaron en Centroamérica. Y, que, a la vuelta de unos años, también esta bailarina se sentó en el sillón de Rivadavia, entornada por un Brujo. Hubo muchos motivos trágicos para repudiar el gobierno de Isabel, pero a una ancha clase media lo que le indignó antes que nada era que el peronismo de la negrada hubiera puesto a una bailarina de la noche como presidenta.

A la vuelta de siete años de dictadura y del accidentado gobierno de Alfonsín, Menem no haría mucho por revertir la imagen de goce y excesos del peronismo, y la idea de un Puticlub. Pero su abrazo con Alsogaray y el Uno a Uno cambiaron en anchas clases medias la indignación por el aplauso al transgresor que volaba con la Ferrari y que encumbró desde la intimidad a un puñado de dirigentes muy mediáticas a funciones de gobierno o a los pasillos del poder (María Julia Alsogaray, Adelina De Viola, Claudia Bello, Liz Fassi Lavalle).

La sospecha de Olivos como un puticlub estaba instalada, pero eran los años locos de los viajes y el “Deme dos”, y nadie quería arruinarse la fiesta.

Desde luego que la frivolidad de Menem tuvo poco que ver con la democratización del goce que Perón instaló en las clases populares. Justamente, el peronismo de Menem fue una auténtica negación de derechos para las mayorías, que vieron como el Estado de Bienestar se desintegraba llevándolos al abismo.

Pero, aunque el antiperonismo se tomó una tregua en esos años ’90, mantuvo encendida la imagen del peronismo de los excesos que ahora ilumina la campaña de una oposición que necesita desesperádamente que el árbol tape al bosque.

Desde los primeros años del peronismo se reprocha al fundador los excesos pontificando que en lugar de repartir “irresponsablemente” debería haber aprovechado la bonanza de los años de posguerra priorizando la inversión.

De hecho, desde 1946 el peronismo volcó enormes recursos a favor de la industria.

Pero el neoliberalismo es una suerte de Iglesia paralela: predica a las mayorías postergar el goce en esta vida para cuando en un futuro insondable se puedan repartir los frutos del sacrificio. Los gobiernos del ajuste cierran sus ciclos en el poder siempre con grave deterioro en la vida de las mayorías. Los gobiernos peronistas que los suceden atienden la emergencia volcando recursos a los sectores vulnerables, mientras que desde los medios las voces neoliberales torpedean automáticamente sobre las graves consecuencias que eso tendrá para la Nación.

Fabiola, que desde el principio ha sido tratada por medios y oposición como una usurpadora, y sus amistades, toman el lugar en ese relato antiperonista del goce y los excesos.

En este cuento de Sexo, mentiras y videos, el presidente, su pareja y el entorno de ella pueden ser acusados de torpeza, pero son tan merecedores del estigma como Mauricio Macri merece encarnar al ideal de la meritocracia y el sacrificio.



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