MILAGRO, LA SUBVERSIVA Es imprescindible mantener viva la memoria de la fenomenal obra transformadora de la Tupac

 
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Insolente: atrevimiento en la conducta, en el habla, decir lo que no suele decirse, tener poca moderación.

Irreverente: que desacata, que desobedece. Impertinente: que es atrevida y desfachatada. Indómita: difícil de someter, controlar o guiar (ni aun presa, agregamos). Hay varios prefijos de negación en las acusaciones a Milagro. Sin olvidar corrupta y chorra. Buscan estigmatizar lo que para nosotras es cualidad positiva, su carnadura indeleble. No se animan a proclamarla “subversiva” por la ominosa carga que dicha palabra tiene en nuestra historia reciente. Subversiva: quien practica la sublevación, el trastorno, la perturbación. Sí, precisamente eso es lo hecho por Milagro y la Tupac Amaru: desquiciar (sacar de quicio) el orden patriarcal, feudo-capitalista. Im-per-do-na-ble. ¿Está mal, es políticamente incorrecto reivindicar como “subversiva” a quien trastocó el status quo y por ello el castigo que están padeciendo ella y su organización? Durante unos cuantos años, una vez restaurada la democracia, el relato dominante –compartido incluso por muches progresistes y desafiado por Madres y Abuelas, principalmente– decía que les 30.000 detenides-desaparecides fueron víctimas del terror dictatorial; con esa verdad parcial se velaba su condición de revolucionaries, resistentes y luchadores, configurándoles como inocuos y hasta inofensivos (incluso hasta no militantes). Tremenda operación “cultural”, que se fue desmoronando por la perseverancia –en sus reclamos– por parte de de los organismos de derechos humanos y las políticas kirchneristas de Memoria, Verdad y Justicia.    

Condenar como sea

¿De cuántas palabras está hecha una condena? ¿De cuántas una condena social, de clase? ¿Qué camino se recorre para que haya una condena de ese tipo? ¿De cuántas palabras está empedrado ese camino? Sobre todo –y especialmente– cuando se tocan intereses poderosos y se trastoca el orden establecido. La historia de la humanidad está llena –lamentablemente– de esos “casos”. Y nuestro país no es excepción. Y si se trata de condena por razones de clase y de género tenemos –en la contemporaneidad– tres palabras/nombre emblemáticas: Evita, Cristina y Milagro. Nos detenemos en la última. Es un presente consolidado compartir que la prisión de Milagro Sala sintetiza revancha de clase. Que ella esta presa porque es mujer, negra, indígena, dirigenta social y política. Vaya si es así. Pero creemos que hay algo mas, o algo por debajo, que serían algunos conceptos (todos ellos iniciados con una I o un IN como prefijos negativos de cierta virtud) que señalan –punitivamente– conductas de quienes no aceptan el orden establecido. Así “la Milagro” fue el blanco –como Cristina Kirchner– de la ofensiva restauradora neoliberal que busco borrar los sueños y conquistas populares. La prisión para Milagro y otres dirigentes tupaqueres en Jujuy y Mendoza fueron acompañadas de los intentos de desmontar la Tupac y sus obras. El cierre de las fabricas construidas en Alto Comedero, la vandalización de las piletas, de la plaza central del barrio, las estatuas de la misma (exhibiendo pintadas soeces, muñones y alambres producto –seguramente– de la tupamarización sufrida) son muestras elocuentes de una forma de aniquilar esa experiencia popular.  

Una historia

En 1999 surgió la organización barrial Tupac Amaru como rama territorial de la CTA jujeña. En 2001 el Foro Social Mundial instaló la consigna antineoliberal “Otro mundo es posible”. En Jujuy esa consigna fue haciéndose realidad fuertemente desde la llegada de Néstor Kirchner al gobierno, cuando Milagro Sala fue transformando la asistencia alimentaria en un proyecto de otro modo de vida colectiva, integral, modernizador, urbanísticamente avanzado, que mira al siglo XXI; otra forma del “buen vivir”, otro mundo posible forjado por las manos de quienes gozarían del mismo. Algo sólido que pretendía no desvanecerse en el aire, que traía los vientos emancipadores que recorrieron los Andes en la primera década del nuevo milenio. Una base material para el goce popular, tan caro al peronismo y tan irritante para las clases privilegiadas y la elite gobernante. Las privatizaciones menemistas con su secuela de desocupación, fragmentación social, migración de desocupades a las ciudades y su parcial absorción por el Estado (con precarización laboral y magros salarios) ensanchó y potenció a los movimientos populares de resistencia y lucha antineoliberal, previo al colapso de diciembre de 2001. El Frente Gremial Estatal (engrosado con organizaciones sindicales no estatales de alta combatividad) condujo sucesivos conflictos, que llevaron (en 1991, 1993,1994 y 1998) a las renuncias de los gobernadores provinciales Ricardo De Aparici, Roberto Domínguez, José Carlos Ficoseco y Carlos Ferraro. Esos fuertes síntomas de crisis de representación política se dieron en contexto de aguda crisis económica provincial y moldearon –de modo peculiar– las condiciones y características del surgimiento de esa lideresa que es Miagro Sala.  

Libertad a Milagro Sala

Peleamos por la libertad para Milagro Sala, lxs tupaquerxs y todxs lxs presxs políticxs, no sólo porque es necesario y justo. Peleamos, también, porque no queremos que la maravillosa experiencia de la Tupac Amaru quede solo como la memoria viva de un pasado histórico. No queremos para nuestra patria, para nuestra gente, que lxs presxs queden cristalizades como “víctimas” del atropello neoliberal. Que se imponga una operación ideológico-cultural que pretende borrar de la memoria y la práctica colectivas las resistencias a la dominación, a la subordinación y –en definitiva– a la claudicación popular ante el dominio del capital. No confinamos la figura de Milagro y sus compañeres al parcial carácter de víctimas del déspota Gerardo Morales, sus amos y sus acólitos. No negamos esa condición, pero la pensamos en términos de dualidad. En Jujuy –como en toda la Argentina– hubo resistencia antineoliberal todas las veces que la derecha impuso su proyecto. Y Milagro estuvo en ellas. Somos de la idea de mantener viva la memoria de la fenomenal obra transformadora que la Tupac Amaru, de la mano de su conductora, emprendió en Jujuy. Mantenerla viva, no como vivencia cristalizada en el pasado sino como construcción y acción que será retomada con la energía popular que emergerá –de una derrota temporaria– en condiciones más propicias que las actuales, aquilatando y mejorando la experiencia realizada.
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