Decolonización y el asesinato de dinosaurios

Por CLAE*

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Estos tiempos de pandemia nos invitan a superar el humanismo construido sobre la deshumanización de la mayoría y la explotación de la naturaleza. Estaremos nuevamente ante una nueva guerra cultural, que agarra a los sectores de izquierda en su –quizá- peor crisis del siglo, y sin capacidad para tomar las armas del enemigo para poder luchar estas batallas, que no se pueden ganar con arcos y flechas, sino con otras armas, como la capacitación, la tecnología y el manejo de la misma.

Es hora de superar los viejos dogmas. En un seminario, no se si con sorna o ingenuidad, un universitario me preguntó: Profe, ¿qué opinaba Marx sobre la inteligencia artificial?

Las diferentes formas de conocimiento eurocéntrico se construyeron durante cinco siglos ‒y lo peor es que aún hoy lo hacen‒ bajo un concepción de modernidad excluyente. Desde la llegada a América, Europa se erige como modelo único de toda la civilización, entonces se torna necesario poder vislumbrar qué se derivó de un eurocentrismo dominador e impositivo y, a partir de allí, cómo no fue posible controlar la economía, la autoridad, el género y la sexualidad, y en definitiva, la subjetividad.

Llamativamente, numerosos teóricos, académicos, “expertos”, desembarcaron en la América latina del nuevo milenio para ayudar a los gobiernos progresistas de la región a encauzar sus procesos liberadores y socialmente justicieros, de acuerdo con su idiosincrasia, conocimientos, memoria e ideología europeas (a veces presentados como marxistas o gramscianos), tomando posiciones terminantes en relación a ricas pero complejas experiencias en América Latina inexistentes en el viejo continente, desplegando la “teoría de los posible”, contra las posibilidades de revoluciones., o siquiera de cambios o medidas imprescindibles para priorizar la defensa de los intereses sociales o nacionales.

Algunos de los expertos “desembarcados” en los últimos tres lustros en la región han aportado sus conocimientos a los procesos progresistas, muchos otros quisieron imponer su “debe ser”, basados por supuesto en la priorización de otros intereses. Éstos, aún pudiendo ser genuinamente solidarios o de perfil progresista, actuaron por preconceptos ideológicos y la superficialidad, descontextualización de opiniones, posiciones y propuestas superficiales, descontextualizados que se reflejaron en sus opiniones, posiciones y propuestas.

A veces con buena intención, otras representando a sus patrocinadores, entre ellos bancos, trasnacionales financieras, calificadoras de riesgo, partidos políticos del establishment y, sobre todo, paralizando progresos impensables en la realidad de países centrales.

En la Europa de los últimos 40 años jamás se produjo un movimiento político transformador ni siquiera parcial o reformista, como ellos caracterizan a los movimientos nacionales y populares, señala el psicólogo argentino Jorge Alemán. Si algo tienen en común los europeos Zizek, Berardi e incluso Badiou, es que miran con recelo e incomprensión al populismo, a pesar de sus distintas procedencias filosóficas. Pero mujeres como Nancy Fraser, Chantal Mouffe, Judith Butler y Wendy Brown han sabido problematizar la cuestión desde un lugar distinto al de los autores masculinos, lo que vuelve muy auspicioso a un populismo feminista.

Sin embargo los autores posmarxistas europeos siguen mirando con sospecha teórica a las experiencias nacionales y populares de Latinoamérica aunque ya no se trata como en los 70 de la caracterización grosera de fascismo o de bonapartismo. Para ellos, la relación de las fuerzas plebeyas con la construcción de un Estado soberano es considerada una limitación estructural, añade Alemán.

La pandemia ha intensificado las diferencias. Mientras los europeos hablan paternalistamente de colapsos, guerras civiles, explosiones sociales, en el presente latinoamericano reivindicamos el movimiento nacional y popular, repudiando la estigmatización de los extranjeros.

En nuestra América, el pensamiento crítico quedó atrapado en la disyuntiva de dar su apoyo a los gobiernos progresistas por sus logros en materia social o señalar las contradicciones y límites de su proyecto, contradicciones manifiestas en la peculiar forma que adopta la dominación.

En el congreso del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en Bogotá. la socióloga uruguayo-mexicana Beatriz Stolocwicz señaló que el desconcierto que se observa actualmente entre los científicos sociales de la región es, en buena medida, resultado de que durante varios años los análisis serios fueron desplazados u opacados por la propaganda.

Añadió que el “mainstream de izquierda” en las ciencias sociales opera como una zona de confort, con algunas ideas de las que se echa mano para todo, usadas casi como consigna, lo que es cómodo para mantenerse en el candelero de la opinología, pero no explica adecuadamente la realidad, y tampoco las importantes transformaciones ocurridas en este nuevo siglo en la reproducción del capitalismo en América Latina.

Hay que tener una mirada más larga que capte las lógicas de la estrategia dominante y sus adecuaciones tácticas en las últimas cuatro décadas. Y pensar todos –o pensar entre todos- significa no repetir los cánones de una academia anquilosada- elitista- decadente, que tiende a reproducirse y permanecer, como todo statu quo. El diálogo, la democratización del debate significa sobrepasar los límites de la academia o de los ilustrados, para anclarse en la realidad y en las vivencias, en las opiniones diversas de quienes hablan de otras cosas y de modos diferentes a los de la academia.

El subcomandante insurgente Moisés, del Frente Zapatista de Liberación Nacional, señaló tras  24 años de su lucha: (…).vamos a ver si se puede vivir con dignidad sin malos gobiernos, sin dirigentes y sin líderes y sin vanguardias que mucho Lenin y mucho Marx y mucho trago, pero nada de estar con nosotros. Mucho hablar de lo que debemos o no hacer, y nada de práctica. Que la vanguardia, que el proletariado, que el partido, que la revolución, que échate una cervecita, un vinito, un asado con la familia”.

“Creo que la vanguardia revolucionaria está ocupada en probarse trajes y palabras para el triunfo, así que tenemos que darle según nuestro modo, como indígenas zapatistas (…) Falta saber qué vas a hacer”.

Para crear o remodelar el nuevo instrumento político hay que cambiar primero la cultura política de la izquierda y su visión de la política, que no puede reducirse sólo a discursos, consignas, a las disputas políticas institucionales por el control del parlamento, por ganar un proyecto de ley o unas elecciones, peleas donde los sectores populares y sus luchas son los grandes ignorados.

La política no puede limitarse al arte de lo posible, debe convertirse en el arte de hacer lo “imposible” –que es factible e imprescindible–, construir fuerza social y política capaz de cambiar la correlación de fuerzas a favor del movimiento popular. Y para eso se necesita una hoja de ruta basada en n pensamiento crítico renovado, acorde con nuestras realidades.

Para ello es necesario que las organizaciones políticas expresen un gran respeto por el movimiento popular, que contribuyan a su desarrollo autónomo, dejando atrás todo intento de manipulación e imposición. Los movimientos populares rechazan, con razón, las conductas hegemonistas que intentan imponer intelectuales y académicos con una soberbia que oculta en general mediocridad, inseguridad o descalificación impositiva, con variados intereses, jugando muchas veces el papel de guionistas de gobiernos progresistas.

La estrategia capitalista tiene como uno de sus ejes la seguridad para el capital sobre la propiedad: sí garantiza las condiciones de su reproducción basadas en formas de acumulación originaria (expropiación, saqueo, control territorial directo sobre las materias primas y los recursos energéticos, el agua, la biodiversidad, además de imponerle a las regiones más débiles sus desechos tóxicos).

Otro de los ejes del capitalismo es la seguridad frente a la pérdida irremediable de la cohesión social, lo que implica domesticar a los oprimidos, proclives cada vez más a la protesta y la rebeldía.

Lo opuesto del pensamiento crítico es el conformismo, cínico o resignado. La conciencia social latinoamericana respalda una voluntad del cambio social, con una crítica al orden capitalista que abre posibilidades para una superación de las relaciones de explotación y subalternidad. Los que están en deuda son la academia y la llamado intelectualidad, anclados en el pasado, sordos a la realidad de nuestros pueblos, muchas veces funcionales a gobiernos pero no a procesos emancipadores y populares.

A los jóvenes les tocas matar los dinosaurios con sus viejas recetas para mundos que no existen y crear el nuevo pensamiento crítico latinoamericano. Lo primero que debemos democratizar y ciudadanizar es nuestra propia cabeza, reformatear completamente nuestro disco duro, nuestro chip. El primer territorio a ser liberado son los 1.400 centímetros cúbicos de nuestro cerebro. Aprender a desaprender, para desde allí comenzar la construcción.

El mundo será diferente, desde el final de la pandemia. ¿Comenzará otra colonización cultural? Los estados, tras el parate, carecerán de recursos y deberán decidir entre pagar deudas o alimentar a sus ciudadanos. Nadie puede certificar que los mercados, antes cautivos y ahora quizás no, seguirán siendo para las exportaciones de commodities.

¿Producir para exportar o para alimentar a los ciudadanos?

Es hora de nuevos enfoques, nuevas ideas, nuevas soluciones, nuevo pensamiento… y ellas no pueden atarse a viejos dogmas. Dijera Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar: O inventamos o erramos.

*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)






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