No hay muerte de nadie

Por José María Caracuel

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¿Cuál es el sentido de la vida? ¿De dónde venimos antes de nacer? ¿Hacia dónde vamos después de morir?

Estas preguntas acompañan al ser humano desde los principios de la humanidad, las respuestas por diversas que sean, pueden agruparse en alguna de las tres siguientes categorías.

1- La teoría materialista, que presenta la materia como única entidad posible, la energía, el tiempo y las leyes que la gobiernan son derivadas de ella. La vida es un paréntesis en la nada. No hay nada previo al nacimiento ni posterior a la muerte. No existe nada superior a la inteligencia humana, la cual desaparece con la muerte.

2- La idea teologista, según la cual con cada ser que nace, nace también un alma. El ser humano está formado por cuerpo y alma. Vivimos en el cuerpo unos 100 años aproximadamente después de los cuales el alma migra a una eternidad de bienestar o sufrimiento de acuerdo a los pocos o muchos aciertos o errores cometidos en esos escasos 90 o 100 años sobre la Tierra.

3- Por último el pensamiento del karma y la reencarnación, según el cual en esencia somos una entidad espiritual haciendo una experiencia en el mundo material con la finalidad de perfeccionarnos; finalizada esta experiencia, abandonamos el cuerpo físico y continuamos con otros cuerpos en un plano inmaterial.

Pese a la diversidad de pensamientos sobre este tema existe una visión del Universo compartida por distintas religiones, filósofos, científicos y grandes pensadores de todo el mundo y todas las épocas. Se trata de verdades universales, legado de las experiencias generales de distintas latitudes y distintos tiempos históricos. Estas profundas verdades de la condición humana constituyen la base de la Filosofía Perenne.

Conjuntamente con las evidentes diferencias culturales de los distintos pueblos, existen fenómenos en la existencia humana que son de carácter universal. El cuerpo humano tiene cuatro extremidades, dos pulmones y un esqueleto formado por doscientos ocho huesos, ya se trate de un estudiante actual, un mandarín chino de hace 3000 años, un guitarrista de rock británico o un jornalero de Lisboa. Estás características universales, iguales siempre y en todas partes son lo que la Filosofía Perenne denomina estructuras profundas.

Ahora bien, distintas culturas tienen tradiciones propias tan variables como la deformación del cráneo, impedir el crecimiento de los pies, tatuajes, hábitos alimentarios, etc. Estas costumbres culturales locales, no universales son las llamadas estructuras superficiales.

Idénticamente la mente humana tiene estructuras superficiales y estructuras profundas, las primeras varían con las culturas, las segundas son idénticas, transculturales.

A éstas nos referiremos cuando proponemos que el espíritu humano presenta características que son comunes a las tradiciones espirituales de todo el mundo. Podemos preguntarnos ¿Qué tienen en común movimientos tan variados como el Budismo, el Hinduismo, el Taoísmo, el Hermetismo egipcio, el Judaísmo, el Cristianismo, Los Misterios Órficos, el Islamismo y la Gnosis entre otros?

Si bien es obvio que sus estructuras superficiales son diferentes, en cambio sus estructuras profundas son muy similares y a veces idénticas, extractamos algunos puntos centrales comunes a todos ellos:

1. La existencia del Espíritu.

2. El Espíritu radica en el ser humano.

3. A pesar de ello, la mayor parte de nosotros vivimos en un mundo ilusorio sin percatarnos de ese Espíritu interno.

4. Existe un camino de salida de este estado ilusorio.

5. Si seguimos ese camino hasta el final llegaremos a la Liberación.

6. Esa experiencia pone fin a la ignorancia y al sufrimiento.

7. Ese final nos posiciona en un accionar, compasivo, amoroso y de servicio hacia todos los seres.

La vida del espíritu es eterna y transcurre por períodos encarnados en la materia y períodos en el más allá, a través de una cadena de encarnaciones y des encarnaciones. Realizando experiencias en este mundo físico y luego, al desencarnar, en el más allá, elaborando esas experiencias y proyectando el esbozo de la posible vida en la siguiente encarnación. Así en repeticiones cíclicas hasta alcanzar un grado de perfección que nos permita volver a ser uno con el Universo.

Rescatamos aquí la belleza con que Apolonio de Tiana describe el proceso: “No hay muerte de nadie, sino sólo en apariencia, así como no hay nacimiento de ninguno, salvo en lo exterior. El cambio de ser a devenir parece ser nacimiento. El cambio de devenir a ser, parece ser muerte, mas en realidad ninguno realmente nace, así como ninguno realmente muere. Es simplemente el hacerse visible y luego invisible; la primera por la densidad de la materia, y la última por la sutileza del Ser, Ser que es siempre el mismo, siendo su único cambio el movimiento y el reposo.”

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