BOLIVIA Y LA MILITANCIA

por Diego Fernández. 12/11/2019

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Este escrito intenta ser un aporte pensado para la discusión y reflexión entre militantes y por lo tanto tiene una finalidad política, no semántica.

Todo lo que planteamos no se fundamenta en los devaneos de ningún semiólogo, sino en las enseñanzas más claras y reiteradas de Arturo Jauretche, fuente inagotable del pensar y el hacer político militante desde nuestra propia lectura de la realidad, fuera de cualquier colonialismo pedagógico o cultural y por lo tanto, de un contenido excluyentemente político.

Y porque entendemos que la militancia política es el único sujeto y la única herramienta que disponemos para afrontar las contradicciones históricas que atraviesan nuestros pueblos sumidos en la injusticia y la dominación.

A propósito de los hechos que acontecen en la nación hermana de Bolivia, que terminan con el desplazamiento del gobierno popular de Evo Morales y la discusión respecto de si se lo puede calificar o no de “golpe de Estado”.

De hecho que este debate no deja lugar a abrir resquicio alguno a las posiciones genuflexas que han tenido dirigentes de todo pelaje –del nuestro peronista, incluido- temerosas de molestar a cualquier poder y así definir ambiguamente lo que ocurre para terminar no repudiando categóricamente el ataque reaccionario a la democracia boliviana salvando de ese modo, a la vez, la posibilidad de identificarse con el proceso político que conduce Evo Morales, del mismo modo como ocurre con la Revolución Bolivariana y Chávez o Maduro.

Entonces, reiteramos, no se trata de la banalidad semántica: la discusión es política y con el objetivo puesto al interior de nuestra propia militancia.

Un golpe de Estado es una asonada destituyente de un gobierno democrático provocada por instituciones, organizaciones o agentes del propio Estado. Es ésto lo que acontece en Bolivia?. No. Y aquí la discusión cobra sentido político profundo. No se trata del preciosismo pequeño burgués por la discusión nominalista. NO ES UN GOLPE DE ESTADO PORQUE LOS AGENTES QUE DEPONEN AL GOBIERNO DE EVO SON OBJETO DE LA OLIGARQUÍA Y EL IMPERIALISMO Y SON LA OLIGARQUÍA Y EL IMPERIALISMO MISMO. Entonces, contemplar esta cuestión o no contemplarla a la hora de hacer la caracterización política de la situación boliviana ES UNA CUESTIÓN POLÍTICA, NO SEMÁNTICA Y BANAL.

Y un deber exigible a la militancia por encima de cualquier otra subjetividad, es el de analizar rigurosa y sistemáticamente la realidad, interpretarla y conceptualizarla o caracterizarla críticamente con categorías propias, no alienadas, porque de ese ejercicio devienen las decisiones para intervenir políticamente sobre la realidad misma para transformarla en beneficio del interés popular, finalidad ésta propia y excluyente del militante político.

Entonces, si hablamos de “golpe de Estado”, estamos declinando en la tarea propia de la militancia antes citada, incurriendo en la gravedad de no caracterizar a los actores mismos del hecho antipopular que expulsa a Evo del gobierno, es decir, AL ENEMIGO: DEJAMOS AFUERA A LA OLIGARQUÍA Y AL IMPERIALISMO. Trump se frota las manos diciendo “tarea cumplida” cada vez que decimos “golpe de Estado”, porque alegremente lo dejamos afuera, y esto es un resultado político, no semántico, que deviene del modo errado en que nosotros formulamos las cosas.

EVO MORALES FUE DERROCADO POR UNA CONTRAREVOLUCIÓN OLIGÁRQUICO IMPERIALISTA, del mismo modo como ocurrió con el peronismo en el ’55 y el ’76.

Y repetir la otra muletilla “cívico militar”, a la hora de definir de qué se trata, tampoco ayuda. Lo cívico es cualquier sujeto que se desenvuelve en la vida pública, ciudadana. La categoría “cívico” le viene bien a Carrió, al PRO o a los radicales –aún peronistas- que especulan con no posicionarse críticamente respecto de lo que merece nombrarse cabalmente. Oligarca imperialista es otra cosa, con la que no quieren meterse muchos de los que les caben esas categorías perfectamente, tal la de cipayos.

A la vez, en relación a lo “militar”, las fuerzas armadas bolivianas siempre estuvieron al servicio de las clases dominantes terratenientes y mineras que controlan el ejército y la policía y se han cansado de reprimir al pueblo en defensa de sus intereses y los del imperialismo.

Y en entender esto es donde se juega, entonces, el deber, la responsabilidad y la tarea de la militancia.

Si nosotros como militantes quedamos atrapados en la dinámica vertiginosa, acrítica y por lo tanto heterónoma de retuitear, reenviar, compartir, copiar y pegar lo que fluye por las redes y medios en una supuesta afinidad con lo que pensamos, estamos obviando la pausa que requiere la reflexión crítica y autónoma para analizar la realidad y producir el pensamiento propio que nos conduzca a intervenir sobre la misma con el menor margen de error.

Y lo que ha venido aconteciendo entre nosotros es lo contrario. Apareció el concepto de “golpe de Estado” en las redes y es lo que venimos repitiendo sin reflexionar.

No se trata de negar las redes sociales. Se trata de no negar nuestra condición de militante, que supone pensamiento autónomo, capacidad de producción de análisis político propio ante lo que acontece y no reproducción mecánica y alienada de lo que viene ya enlatado, digerido y consumido.

Sumidos en esa dinámica, por otro lado, los tiempos también los definen las redes. Los hechos y nuestras posiciones respecto de los mismos cesan cuando cesa el flujo de información al respecto.

Salir del temor y el esfuerzo de pensar y del alivio que deviene de apropiarse ligeramente de lo que produjo otro. (Ojo: esto no se trata de derechos de propiedad intelectual que nos inhiban de reproducir pensamiento ajeno, nosotros debemos formar y reproducir nuestros propios intelectuales y sus aportes, pero eso no nos exime del deber de pensar por nosotros mismos como militantes y éste es el efecto nocivo que el uso enajenado de la tecnología digital provoca: nos anulamos como sujeto autónomo, como militantes).

Evo Morales condujo en Bolivia un proceso revolucionario que trajo emancipación y justicia al pueblo y la Nación boliviana, como no lo hizo ningún otro proceso nacional popular latinoamericano en lo que va de este siglo, a la altura o por encima aún, del proceso bolivariano. Ambas naciones, Bolivia y Venezuela, acosadas como ninguna otra por los enemigos internos -las oligarquías- y el imperialismo yanqui.

Toda revolución requiere de un orden jurídico político que la instituya y eso es una nueva constitución. Así ocurrió con Perón en el ’49, con Chávez en el ’99 y con Evo en 2008.

“El pueblo boliviano, de composición plural, desde la profundidad de la historia, inspirado en las luchas del pasado, en la sublevación indígena anticolonial, en la independencia, en las luchas populares de liberación, en las marchas indígenas, sociales y sindicales, en las guerras del agua y de octubre, en las luchas por la tierra y territorio, y con la memoria de nuestros mártires, construimos un nuevo Estado.” (…) “Cumpliendo el mandato de nuestros pueblos, con la fortaleza de nuestra Pachamama y gracias a Dios, refundamos Bolivia”. Fragmentos del Preámbulo de la Nueva Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia.

Esos fragmentos del Preámbulo definen en sí mismos una Revolución plasmada constitucionalmente. Refundar una nación desde los intereses y la identidad de los sujetos que construyeron esa nación con el trabajo, es una revolución. Eso hicieron Evo y su pueblo.

Entonces, si se trata de una Revolución, el desplazamiento de Evo del gobierno se trata lisa y llanamente de una contrarrevolución, y así debe caracterizarse.

Otra tarea que requiere una Revolución es disolver las fuerzas armadas que siempre estuvieron al servicio de las clases dominantes y el régimen depuesto, y crear fuerzas armadas al servicio de la Revolución. Es lo que hizo el MNR en Bolivia en el ’52 y Chávez cuando llegó al poder en Venezuela. Lo que no hicieron, por motivos diversos, Perón ni Evo, y ambos sufrieron las consecuencias de esa tarea no realizada.

La de Bolivia es una sociedad clasista donde las clases dominantes ejercen un dominio centenario y el enfrentamiento es permanente desde los tiempos de la conquista. Las contradicciones que se despliegan al interior de su sociedad sólo encuentran resolución a través de una revolución. No hay salida para las clases populares en el marco del corsé del republicanismo demoliberal. A esto lo entendió cabalmente Evo, expresión cabal de las clases explotadas por siglos en Bolivia.

Una revolución, entre otras cuestiones, viene a nombrar las cosas desde otro lenguaje. Y lo primero que nombra, es la Revolución. Éste es un dato importante para nosotros, como militantes.

Luego de la derrota del ’76, la palabra Revolución ha sido desterrada del lenguaje político militante y de nuestras propias prácticas políticas, por lo tanto. Y así es que en estos 35 años de democracia liberal nunca hemos podido afectar el núcleo de la dominación oligárquica en Argentina, que permanece aún intacto.

Obvio, no se trata justamente de “hablar” de revolución, según la práctica histórica de cierta izquierda en nuestro país. Por eso también nos referimos a las prácticas, al quehacer político militante, al modo de concebir el poder, de construirlo, de organizar. Pero lo que no se nombra permanece oculto.

Para ser revolucionario, lo primero no es tener una revolución. Lo primero es tener conciencia de su necesidad y la disposición a ponerla en marcha, a construirla. Puede suceder que no la tengamos nunca, pero eso no nos quitará la condición de revolucionarios.

Le debemos a Evo, también a Chávez, que las palabras Revolución e imperialismo aún capeen por América Latina, como a Perón en su tiempo, antes que a todos. Una lección para nosotros y que no aparece habitualmente en el discurso que circula por las redes.

Por ello, lo que está ocurriendo en Bolivia en estos días es una contrarrevolución.

Contrarrevolución que viene por los recursos naturales y la riqueza boliviana, minerales, el gas, el petróleo, el agua, la coca, pero antes que nada, viene por la Revolución.

La contrarrevolución viene a desmontar el proceso de organización popular definido livianamente en estos tiempos como empoderamiento, que es el núcleo de la Revolución boliviana. El proceso de organización popular como forma de lograr la emancipación, la justicia, la dignidad. Y un proceso de crecimiento y distribución único en Latinoamérica.

La contrarrevolución viene a terminar con un mal ejemplo para el poder imperialista.
Y viene a articular un cerco político ideológico y de fuerza en torno del proceso que se abre en Argentina de la mano de Alberto y Cristina.

Ya tienen Brasil, Chile y Paraguay. Argentina es de una complejidad mayor que Bolivia en todos los órdenes y no pueden intervenir como lo vienen haciendo desde hace décadas en Bolivia con la CIA, el FBI y la DEA, sumadas en estos últimos años con las ONGs al servicio directo del Departamento de Estado yanqui y el Pentágono, como la USAID, que fuera expulsada por el mismo Evo. Pero por ello, construyen este cerco que viene a imponer condiciones de escaso margen de maniobra para las políticas de soberanía, justicia e independencia del próximo gobierno de Alberto.

Salvando las distancias contextuales, de estado de las masas, correlación de fuerzas, contexto internacional, condiciones objetivas y subjetivas, digamos, no puede dejarse de evocar el derrocamiento de Allende a días de las elecciones de Perón en 1973 y lo que significó como atenazamiento de la experiencia popular que en apenas meses se desplegaba en nuestro país luego de 18 años de persecución.

Es imperioso, entonces, movilizarnos en repudio a la contrarrevolución oligárquico imperialista en desarrollo en la hermana nación de Bolivia, y en plena solidaridad con Evo y el pueblo boliviano.

Por todo esto, apenas unas líneas sin desarrollo respecto de nuestra militancia en referencia a los acontecimientos en desarrollo en Bolivia, que tienen como fin plantearnos la obligación de pensar nuestra situación como experiencia orgánica objetivamente, que es decir críticamente.

Nuestra práctica, el modo de concebir y construir poder, el trabajo de base, el modo de relacionarnos entre nosotros, con la dirigencia y nuestro pueblo, el modo de pensar y pensarnos, la necesidad de la formación política y de acudir a los elementos propios de nuestra cultura autónoma a la hora de militar y hacer política, constituyen desafíos que debemos abordar para aportar desde nosotros a que el próximo gobierno pueda desarrollar una línea política en beneficio de la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación, en el marco de la solidaridad con la Patria Grande.
Diego Fernández. 12/11/2019

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